domingo, 20 de octubre de 2013

Los «demonios» fuera de control; el ascenso de Gomulka al poder

Continuando con el prometido repaso a la República Popular de Polonia, dejamos este análisis que toca –aunque bien es cierto que brevemente– las causas de la regresión jruschohovista que también afectó al Partido Obrero de Unificación Polaco (POUP). Entre la evaluación de Enver Hoxha sobre la figura del polaco Bierut; de quien recalca que era un hombre humilde y de sólidos principios, valora el gran avance en la construcción económica e ideológica del socialismo en Polonia, pero a la vez intenta explicar porqué en dicho partido se sufrió tal retroceso hacia posiciones revisionistas; entre ellas cree que la unificación entre varias organizaciones durante los años 20 y 40 y el consiguiente no cuidado en mantener el nivel ideológico pueden haber sido el detonante de que no se haya podido salvaguardar la ideología marxista-leninista en todas las filas del partido, así mismo el albanés subraya que en ciertos momentos no se le apretó las tuercas lo suficiente a la burguesía dejando intacto ciertas posiciones a que a posteriori serían aprovechadas, ni se supo manejar el partido polaco correctamente en la siempre difícil cuestión agraria. Hay que recordar pues, que la experiencia polaca fue diferente a la albanesa, o a la soviética, pero eso no significaba que durante 1944-1956 –antes de la entrada de Władysław Gomułka– no se siguiera el camino en el POUP de las leyes de la construcción del socialismo, al revés lo cierto es, como bien expresó el marxista-leninista Bierut, la diferencia primaba en los ritmos de aplicaciones de las medidas revolucionarias dándose además la suerte para Polonia, de tener como referencia una experiencia victoriosa como era la de la Unión Soviética:

«Como se ha señalado, dicha tendencia a pasar por alto o a aminorar el camino polaco hacia el socialismo pretende trafican con la verdad, que es la siguiente; a pesar de ciertas características específicas, nuestro proceso no es algo cualitativamente diferente de la trayectoria general de desarrollo hacia el socialismo, el cual sólo difiere en la forma de la trayectoria general de desarrollo, una diferencia que de por sí surge precisamente por la victoria previa del socialismo en la Unión Soviética, una diferencia que se puede basar en la experiencia previa de la construcción socialista en la Unión Soviética, teniendo en cuenta las posibilidades que ofrece el nuevo período histórico y de las condiciones específicas de la evolución histórica de Polonia
». (Bolesław Bierut, Para lograr la completa eliminación de las desviaciones derechistas y nacionalistas: Discurso en el pleno del Comité Central del Partido Comunista de los Trabajadores de Polonia de Septiembre de 1948)

Por ejemplo al implantarse la hegemonía política ya vemos una diferencia palpable si lo comparamos con la revolución albanesa, ya que en Polonia existían varios partidos burgueses y pequeño burgueses con mayor influencia en algunos aspectos que el Partido Obrero Polaco al término de la guerra, a diferencia del Partido Comunista de Albania que se enfrentaba a una carencia histórica de partidos, lo que vinculándolo a que gracias en parte a su gran labor de unión con las masas, tuvo un sendero más directo y fácil al haber ganado la hegemonía de la clase obrera y el resto de las masas trabajadoras durante la guerra antifascista, pudiendo incluso durante el transcurso de la misma eliminar a los pocos y traicioneros partidos burgueses que quisieron emergen entonces y después de la guerra, contando así en la posguerra con una reacción feudal-burguesa mucho más desorganizada que en los marxista-leninistas polacos y su proceso. Pero en resumen, muchos de las conclusiones sacadas por Enver Hoxha son las ya adelantadas por el propio Bierut en 1948 lo que indica el valor de la crítica precedente contra 
Władysław Gomułka, al que el tiempo demostró que no se le debió da una segunda oportunidad. El resto del texto trata de documentar los sucesos que hicieron posible el ascenso de Władysław Gomułka el 5 de octubre de 1956. En los próximos días traeremos un nuevo análisis sobre el levantamiento de Poznan de 1956. Como dato, en el IIº Congreso del POUP de 1954, al IIIº Congreso del POUP de 1956, los revisionistas polacos lograron expulsar a más de la mistad de miembros del Politburo, siendo solamente reelegidos 4/18 miembros exceptuando a Bierut que falleció seguramente asesinado por los jruschovistas en marzo de 1956.

El documento:

Cyrankiewicz, Chou En-lai, Gomułka
En la visita de Chou En-lai a Polonia en 1957

Los «demonios» fuera de control; el ascenso de Gomułka al poder


Polonia 1956, Gomułka en el trono

Fenómenos tales como los que se dieron en Hungría, se desarrollaron también en Polonia casi en la misma época, pero los acontecimientos dé este último país no cobraron las mismas proporciones y el mismo carácter dramático que en Hungría. También en Polonia se había instaurado la dictadura del proletariado, bajo la dirección del Partido Obrero Unificado Polaco, pero allí, a pesar de la ayuda que era concedida por la Unión Soviética, el socialismo no se desarrolló con los ritmos requeridos. Mientras Bierut estuvo a la cabeza y el partido polaco mantuvo correctas posiciones, se lograron éxitos en el desarrollo socialista del país. Peor las primeras reformas y medidas que se adoptaron no fueron llevadas hasta las últimas consecuencias, y la lucha de clases tampoco se desarrolló como era debido. El proletariado creció, la industria se desarrolló, se desplegaron algunos esfuerzos para propagar las ideas marxistas entre las masas, pero los elementos de la burguesía conservaron de facto muchas de sus posiciones dominantes. En el campo no se realizó la reforma agraria y la colectivización quedó a mitad de camino, hasta que Władysław Gomułka declaró no rentables las cooperativas y granjas estatales y favoreció el ascenso de la capa de los kulaks en el campo polaco.

Al igual que en Hungría, Alemania del Este, Rumanía y otros lugares, el partido polaco se formó mediante una unión mecánica del partido existente con partidos burgueses denominados obreros. (1) (Este partido se formó en 1942: entraron a formar parte de él elementos de izquierda del Partido Socialista Polaco y principalmente elementos del antiguo Partido Comunista de Polonia. Este último había sido creado también como resultado de la fusión de dos partidos obreros polacos: La Socialdemocracia del Reino Polaco y de Lituania y el Partido Socialista Polaco de izquierda, en diciembre 1918. En 1925, tomó el nombre de Partido Comunista de Polonia. Se disolvió en 1938)

Quizá una cosa así fuese necesaria para unir al proletariado bajo la dirección de un partido único, pero esta unión debía realizarse a través de un gran trabajo ideológico, político y organizativo para que los ex miembros de los demás no sólo fuesen asimilados, sino, lo que es más importante, fuesen educados profundamente en las normas ideológicas y organizativas marxista-leninistas. Pero esto no se produjo ni en Polonia, ni en Hungría ni en otros países, y de hecho lo único que pasó fue que los miembros de los partidos burgueses cambiaron de nombre, se hicieron «comunistas», conservando sus viejos puntos de vista, su vieja concepción del mundo.

Así, los partidos del proletariado no sólo no se reforzaron, sino que por el contrario se debilitaron, pues ahí arraigaron con sus puntos de vista los socialdemócratas y los oportunistas, caso de Cyrankiewicz, Marosan, Grotewohl, etc.

En Polonia, además, existía otro factor que influyó en las manifestaciones contrarrevolucionarias; el viejo odio del pueblo polaco a la Rusia zarista. Con el trabajo que desplegaba la reacción dentro y fuera del partido, el viejo odio, que en el pasado era totalmente justificado, se volvió ahora contra la Unión Soviética, contra el pueblo soviético que, a decir verdad, derramó su sangre para liberar a Polonia. La burguesía polaca, que no había sido golpeada debidamente, hacía todo lo posible para excitar los sentimientos nacionalistas y chovinistas contra la Unión Soviética.

Después de la muerte de Bierut, estos sentimientos se manifestaron en Polonia de forma más abierta y al mismo tiempo las debilidades del partido y de la dictadura del proletariado se hicieron más patentes.

Así, debido tanto a las deficiencias del trabajo, como a los esfuerzos de la reacción, de la iglesia, de Gomułka y Cyrankiewicz, y a las injerencias de los jruschovistas, se produjeron los disturbios de junio de 1956 y los acontecimientos que tuvieron lugar posteriormente. 

Una retrospectiva: Bierut

Es cierto que la muerte de Bierut favoreció los planes de la contrarrevolución. Conocía a Bierut desde hacía tiempo, cuando he viajado a Varsovia. Era un camarada maduro, experimentado, afectuoso, apacible. A pesar de ser más joven que él, se comportó conmigo de manera tan correcta y camaraderil que jamás podré olvidar su presencia. Incluso en Moscú, cuando le encontraba en las reuniones, sentía una gran satisfacción de conversar con él. Me escuchaba solícitamente cuando le hablaba sobre nuestro pueblo, sobre su situación. Era sincero, ecuánime, un hombre de principios.

La última vez que le he encontrado ha sido en Moscú, cuando se celebraba el XXº Congreso del PCUS.

Poco tiempo antes de su muerte, Bierut, su esposa, Nexhmije y yo asistimos juntos, en un palco del Teatro Mali, a una pieza dedicada a la marina revolucionaria de Leríingrado.

En el entreacto en una pequeña salita detrás del escenario tuvimos una cordial conversación. Sacamos, entre otros, el tema de la Komintern, pues el búlgaro Ganev había venido a reunirse con nosotros en aquel momento y ambos me hablaron de los recuerdos de su encuentro en Sofia, donde Bierut había sido enviado en misión clandestina.

Poco tiempo después de este encuentro, vino la desgracia: Bierut había muerto,  y al igual que Gottwald «de un catarro». ¡Consternación y sorpresa!

Fuimos a Varsovia para asistir a su entierro. Era a comienzos de marzo de 1956. Ante el féretro de Bierut fueron pronunciados una serie de discursos, por Jruschov, Cyrankiewicz, Ochab, Chu Te, etc. Vukmanovich Tempo, que había llegado a los funerales, como enviado de Belgrado, hizo también uso de la palabra. El representante de los titoistas aprovechó incluso esta ocasión para lanzar las consignas revisionistas y expresar su satisfacción por las nuevas «posibilidades y perspectivas» que acababa de abrir el XXº Congreso.

«Bierut —dijo Tempo— nos deja en un momento en que se abren nuevas posibilidades y perspectivas a la colaboración y amistad entre todos los movimientos socialistas, para realizar las ideas de Octubre por vías diversas», y llamó a avanzar en el camino abierto a través de incesantes acciones». 

Mientras se sucedían los discursos, no lejos de mí veía apoyado en un árbol a Nikita Jruschov que discutía apasionadamente con Wanda Wassilewska. A buen seguro, se había entregado a regateos ante el cadáver de Bierut que estaban depositando en la tumba.

Algunos meses después de estos tristes acontecimientos de principios de 1956, Polonia fue sumida en una confusión y un caos que olían a contrarrevolución.

Los acontecimientos que se produjeron en Polonia se parecían como dos gotas de agua a los que ocurrieron en Hungría. Las revueltas de los obreros de Poznan precedieron al estallido de la contrarrevolución húngara, pero de hecho estos dos movimientos contrarrevolucionarios maduraron al mismo tiempo, en situaciones idénticas y con idénticas inspiraciones. No voy a hacer una descripción detallada de los acontecimientos, pues éstos son conocidos, pero es interesante señalar la analogía de los hechos en estos dos países, el asombroso paralelismo en el desarrollo de la contrarrevolución en Polonia y en Hungría.

Tanto en Polonia como en Hungría fueron reemplazados los dirigentes: en el primer país murió Bierut —en Moscú—, en el segundo Rakosi fue destituido —obra de Moscú—; en Hungría fueron rehabilitados Rajk, Nagy, Kadar; en Polonia, Gomułka, Spihalski, Moravski, Loga-Sovinski y toda una recua de traidores; allá apareció en escena Mindszenty, aquí Vishinski.

Más significativa, si sabe, es la identidad ideológica y espiritual de estos acontecimientos. Tanto en Polonia como en Hungría los acontecimientos se desarrollaron bajo la égida del XXº Congreso, con las consignas de la «democratización», la liberación y la rehabilitación. Los jruschovistas jugaron un papel activo en la evolución de los acontecimientos en estos dos países, un papel infame y contrarrevolucionario. A su vez, también los titoistas tenían su influencia en Polonia, acaso no tan directamente como en Hungría, pero las ideas de la autogestión y de las «vías nacionales al socialismo», los «consejos obreros» que tuvieron cabida en Polonia, ciertamente, se inspiraban en el «socialismo específico» yugoslavo.

Los acontecimientos de junio en Poznan eran, movimientos contrarrevolucionarios incitados por la reacción, que se aprovechaba de las dificultades económicas y de los errores cometidos por el partido polaco en el desarrollo de la economía. Estás revueltas fueron reprimidas y no adquirieron las proporciones de Hungría, pero tuvieron grandes consecuencias en el desarrollo ulterior de los acontecimientos. La reacción encontró en Polonia a su Nagy; éste fue Władysław Gomułka, un enemigo que apenas salido de la cárcel se convirtió en primer secretario del partido. Gomułka, que había sido por un cierto tiempo secretario general del Partido Obrero Polaco, fue condenado por sus puntos de vista oportunistas derechistas y nacionalistas, bastante parecidos con la línea que seguía el grupo de Tito, desenmascarado en aquel entonces por la Kominform. Cuando se desarrolló el congreso de unificación del Partido Obrero Polaco y el Partido Socialista Polaco en 1948, Bierut y los demás dirigentes y delegados desenmascararon y golpearon los puntos de vista de Gomułka. Nuestro partido había enviado un representante a este congreso, quien, de regreso a Albania, nos habló de la actitud arrogante y porfiada que allí adoptó Gomułka. Władysław Gomułka fue desenmascarado, pero sin embargo, como se vino a decir, «se le tendió una vez más la mano» y fue elegido miembro del Comité Central. Según palabras de un polaco que acompañaba a nuestro camarada, Gomułka había mantenido durante aquellos días un largo téte-á-téte con Ponomarenko, secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, que asistía al congreso, y, por lo visto, Ponomarenko había persuadido a Gomułka de hacer su autocrítica. Pero el tiempo confirmó claramente que éste no había renunciado a sus puntos de vista, y más tarde fue condenado también por su actividad contra el Estado.

El programa contrarrevolucionario de Gomułka

Cuando empezó la campaña de las rehabilitaciones, los partidarios de Gomułka presionaban a la dirección del partido para sacar a aquél limpio de toda culpa. Pero estaba demasiado desacreditado política e ideológicamente, por eso se presentaron muchos obstáculos en este sentido. Meses antes de que Gomułka se pusiera a la cabeza del partido polaco, Ochab declara «solemnemente» que el hecho de que Władysław Gomułka había sido liberado de la cárcel «no variaba en absoluto la esencia de la justa lucha política e ideológica que el partido había librado contra los puntos de vista de Gomułka».

Jruschov, después de haber liquidado a Bierut, apoyó a Ochab, Zawadski, Zambrowski y a otros elementos como Cyrankiewicz, pero la semilla de la discordia y la escisión había penetrado profundamente y hacía lo suyo. Gomułka y sus partidarios se mostraron activos, y lograron acceder al Poder. Los jruschovistas estaban muy inquietos: Polonia debía quedar bajo su férula, manu militari, y su política e ideología se adaptaban a este imperativo. Jruschov abandonó a sus viejos amigos y viró hacia Gomułka, que no parecía muy inclinado a someterse al dictado de Jruschov.

El acceso de Gomułka al poder nos convenció de que los acontecimientos en Polonia habían tomado un curso desfavorable al socialismo. No sólo conocíamos el pasado sombrío de Gomułka, sino que, además, estábamos en condiciones de enjuiciar a éste por los slogans que lanzaba y los discursos que pronunciaba. Llegó al poder agitando consignas determinadas: «por la independencia verdadera de Polonia» y «por la ulterior democratización del país». En el discurso que pronunció antes de ser elegido primer secretario de nuevo, llegó incluso a amenazar a los soviéticos diciendo: «nosotros nos defenderemos»; y por lo que hemos llegado a saber, en Polonia tuvieron lugar enfrentamientos entre unidades polacas y soviéticas. En general los acontecimientos de Polonia, al igual que los de Hungría, fueron desarrollándose bajo consignas antisoviéticas. Władysław Gomułka era también un antisoviético, cierto es, opuesto a la Unión Soviética de la época de Stalin, mas en el presente también deseaba verse libre del yugo que los jruschovistas se preparaban a imponer a los países del campo socialista. Como quiera que sea, no dejaba de hablar por pura fórmula de la amistad con la Unión Soviética y de «condenar» las consignas antisoviéticas. En lo que se refería a la permanencia del ejército soviético en Polonia se expresaba positivamente y esto lo hacía en nombre de los intereses nacionales inmediatos, pues temía un ataque eventual de Alemania Occidental, que no reconocía de ningún modo la frontera Oder-Neisse.

El revisionista Gomułka se movía con una arrogancia tan insólita que algunos de sus actos se los puse de relieve a Jruschov cuando lo encontré en Yalta. Estábamos sentados bajo un toldo levantado sobre los guijarros, a la orilla del mar, y Jruschov, después de escucharme y darme la razón, me dijo textualmente: «Gomułka es un auténtico fascista». Ahora bien, posteriormente los dos contrarrevolucionarios acabaron poniéndose de acuerdo y todo era melindres y dulzuras entre ellos. Los desacuerdos y las contradicciones se atenuaron.

El discurso que pronunció Gomułka en el pleno del Comité Central que le eligió primer secretario, era el discurso «programático» de un revisionista. Criticó la línea seguida hasta entonces en el terreno de la industria, de la agricultura, presentó la situación con tintes sombríos y declaró que el sistema cooperativista en el campo y las granjas estatales no eran rentables. Nosotros juzgábamos que estos puntos de vista eran antimarxista-leninistas. En Polonia podían haberse cometido errores en el terreno de la colectivización y del desarrollo de las cooperativas agrícolas, pero la culpa de ello no era de imputar al sistema cooperativista, que había demostrado su vitalidad en la Unión Soviética, en los otros países socialistas y en nuestro país, como la única vía de construcción del socialismo en el campo. Gomułka blandió la espada a diestro y siniestro contra las «violaciones de la legalidad», contra el «culto a la personalidad», contra Stalin, contra Bierut —aunque no mencionó su nombre—, contra los dirigentes de los países socialistas, que calificaba de satélites de Stalin. Gomułka tomó bajo su defensa las acciones contrarrevolucionarias de Poznan. 

«Los obreros de Poznan —declaró Gomułka en el VIIIº Pleno del Comité Central, en octubre de 1956— no protestaban contra el socialismo, sino contra los males que se había propagado en nuestro sistema social. La tentativa de presentar la dolorosa tragedia de Poznan como obra de agentes y de provocadores imperialistas ha sido políticamente muy ingenua. Las causas es preciso buscarlas en la dirección del partido y del gobierno». 

Los soviéticos se inquietaron ante los acontecimientos que tenían lugar en Polonia, se atemorizaron, pues veían que la «nueva orientación», que ellos mismos habían proclamado, estaba llevando a los dirigentes polacos más lejos de lo que aquéllos deseaban y Polonia corría el peligro de escapar a su influencia. En los días en que se desarrollaba el pleno que restablecería a Gomułka en el poder, Jruschov, Molotov, Kaganovich y Mikoyan acudieron urgentemente a Polonia. Jruschov, a su llegada al aeropuerto, reprendió con arrogancia a los dirigentes polacos: «Nosotros hemos derramado sangre para liberar este país, mientras que ustedes quieren entregarlo a los norteamericanos». La inquietud de los rusos aumentaba también debido a que el mariscal soviético de origen polaco, Rokossovsky, y otros miembros del Buró Político, que eran considerados prosoviétieos, como Mintsi y otros, estaban a punto de ser excluidos de aquél como dé hecho lo fueron. Pero los polacos no se sometieron ni a las presiones de los rusos ni a los movimientos de sus tanques, no les permitieron asistir siquiera a los trabajos de su pleno. Se entablaron conversaciones, en las que también participó Gomułka, sin embargo Jruschov y consortes volvieron de momento con las manos vacías. Los soviéticos recurrieron a las presiones, publicaron un artículo en Pravda al que los polacos respondieron arrogantemente, pero, al final, Jruschov acabó por dar la bendición a Gomułka y éste, después de hacer un peregrinaje a Moscú, obtuvo créditos y habló de la «amistad leninista» soviético-polaca.

Gomułka puso en obra su «programa», creó los «consejos obreros», las «cooperativas autogestionadas» y los «comités de rehabilitación»; estimuló el comercio privado, introdujo la religión en la escuela y en el ejército, abrió las puertas a la propaganda extranjera, pronunciándose él también por la «vía nacional» al socialismo.

Los puntos de vista y las acciones de Gomułka eran tan descarados y resultaban tan patentes, que muchas personas no podían adherirse a ellos o por lo menos de una manera abierta. También Jruschov se veía obligado a tirarle de vez en cuando alguna piedrecita a su jardín. De la misma forma los checos, los franceses, los búlgaros, los alemanes del Este, que mantenían un ojo y una oreja dirigidos hacia Moscú, adoptaron en aquella época actitudes de reserva o incluso de oposición. En cuanto a nosotros, como es de suponer, mostrábamos posiciones en contra de Gomułka y de sus acciones, y esto lo hemos puesto en conocimiento de la dirección soviética con la cual habíamos mantenido conversaciones al respecto. Esta actitud no era del agrado de los polacos, que se quejaban abiertamente en su prensa de que los otros partidos no comprendían los cambios que se operaban en Polonia. Uno de sus artículos publicados en esos días citaba nuestra prensa y la de algunos otros países como ejemplo de esta «incompresión», a diferencia, de los partidos italiano, chino, yugoslavo y otros, que «habían comprendido correctamente el carácter profundamente socialista de los cambios habidos en Polonia».

Los yugoslavos acogieron con entusiasmo estos cambios «socialistas» y voceaban que en Polonia «habían triunfado las fuerzas que luchaban por la democratización política, la descentralización económica y el sistema de autogestión».

En cuanto a los acontecimientos de Polonia, los soviéticos tampoco nos dieron ninguna información, se limitaron a enviamos una carta en la que nos decían que la situación era muy grave y nos anunciaban que una delegación soviética iría a ese país. Fuera de esto, nada, ninguna noticia, ninguna información. En la prensa soviética encontrábamos algún artículo que estigmatizaba los acontecimientos polacos, pero también encontrábamos escritos a su favor. De las conversaciones con Krilov, embajador soviético en Tirana, como ya he dicho, no se sacaba nada en limpio. En un encuentro que tuve, le hablé del problema de Polonia, de nuestra preocupación acerca de lo que allí ocurría.

—¿Cómo es posible —le pregunté— que no se nos mantenga al corriente de lo que ocurre? ¿Cómo es posible que se nos deje en la oscuridad en estas cuestiones que nos incumben a todos? Esto no es justo.

—Su exigencia —me respondió Krilov— es justificada.

Al final le dije:

—Transmita nuestro punto de vista a su Comité Central.

En el marco de los acontecimientos que estaban sucediendo, las diferencias de opinión entre nosotros y los soviéticos se hacían cada vez más claras. La actitud de nuestro partido al respecto consistía en no hacer públicas estas diferencias, pues esto perjudicaría a la Unión Soviética y al campo socialista, y, por otra parte, en no hacer ninguna concesión en los principios, en mantener nuestras posiciones y expresar abiertamente nuestros puntos de vista a los dirigentes soviéticos.

Conversaciones en Moscú, diciembre de 1956

Cuando viajé a Moscú, en diciembre de ese mismo año, hablé con los dirigentes soviéticos también de la cuestión polaca. Me detendré en particular en las conversaciones de diciembre de 1956, más no quiero dejar de mencionar aquí el respaldo que Jruschov y consortes prestaron a Gomułka para consolidar su Poder. Cuando expusimos a Jruschov y Suslov nuestros puntos de vista y nuestras sospechas acerca de Gomułka, ellos intentaron persuadirnos de que se trataba de un buen hombre y que era necesario apoyarlo, mientras, mientras, por nuestra parte, estábamos convencidos de que los trastornos que se produjeron en Polonia y que se parecían a la contrarrevolución húngara, eran obra de Gomułka y habían servido para llevar al Poder a este fascista, que permaneció a la cabeza hasta el día en que fue liquidado por los jruschovistas y Gierek. Este último es un feroz enemigo del partido del Trabajo de Albania. En Polonia, todos, uno tras otro, han sido derrocados. (2) (Władysław Gomułka, junto con un grupo de sus colaboradores, entre ellos los tristemente famosos Spychalski y Klizko, fueron destituidos de sus funciones en 1970, mientras que Gierek, quien ocupó el lugar de Gomulka, fue destituido del cargo de primer secretario del POUP en 1980) 

Cyrankiewicz, este viejo agente de la burguesía, permaneció más tiempo y manejaba los hilos apoyándose en el ejército soviético que había ocupado Polonia. Los acontecimientos de Hungría y Polonia suscitaron una justa inquietud en nuestro partido y su dirección, pues veían que aquéllos dañaban la causa de la revolución, debilitaban las posiciones del socialismo en Europa y en el mundo.

Pero volvamos a la entrevista de diciembre de 1956 con Suslov.

(...)

En lo que concierne igualmente a la actitud hacia Gomułka y sus concepciones, nuestros puntos de vista eran totalmente opuestos a los de Suslov.

Gomułka —le dije a Suslov— ha apartado a los viejos y fieles comunistas, dirigentes y oficiales, y los ha reemplazado por otros que habían sido condenados por la dictadura del proletariado.

—Se ha apoyado en la gente que conocía —dijo Suslov—. Hay que dar tiempo a Gomułka para poder enjuiciarlo.

—Pero sus puntos de vista y sus acciones se pueden juzgar desde ahora con toda perfección —le repliqué—. ¡¿Y cómo pueden explicarse las consignas antisoviéticas con las que llegó al Poder?!

Suslov se picó y saltó al instante:

—Estas no son obra de Gomułka y de hecho ahora las está frenando.

—¿Y sus actitudes y declaraciones concernientes a la Iglesia, por ejemplo? —le añadí—

Suslov tejió toda una perorata, «argumentándome» que se trataba de «tácticas preelectorales» que Gomułka «está observando una correcta actitud» hacia la Unión Soviética y el campo socialista, y así otras cosas por el estilo. Nos despedimos sin habernos entendido.

El mismo día tuvieron lugar nuestras conversaciones oficiales con Jruschov, Suslov y Ponomariov. Fui el primero en tomar la palabra y expuse los puntos de vista de nuestro partido sobre los acontecimientos de Hungría y de Polonia y sobre las relaciones con Yugoslavia, Al comienzo de mi exposición declaré:

—Nuestra delegación expresará abiertamente los puntos de vista del Comité Central de nuestro partido sobre estas cuestiones, no obstante las divergencias que tenemos con la dirección soviética acerca de algunos puntos. Nuestras opiniones, sean dulces o amargas —proseguí—, las expresaremos francamente, como marxista-leninistas, y discutiremos en espíritu de camaradería si tenemos o no razón, y, si se nos dice que no tenemos razón, queremos que se nos explique por qué. 

(...)

En cuanto a los acontecimientos húngaros y polacos, Jruschov siguió con su cantinela y, además, nos dio la «orientación» de que debía respaldarse a Kadar y a Gomułka. Sobre éste último nos dijo:

Gomułka se encuentra en una situación difícil ya que la reacción se está movilizando. Lo que aparece en la prensa, no son los puntos de vista del Comité Central, sino de unas cuantas personas que se oponen a Gomułka. Allí la situación se estabiliza poco a poco. Lo que importa ahora son las elecciones que se llevarán a cabo en Polonia. Por eso debemos respaldar a Gomułka. A tal efecto va a viajar Chou En-lai a este país y esto le ayudará considerablemente a reforzar las posiciones de Gomułka. Estimamos que es mejor que sean los chinos los que hablen y no nosotros, porque la reacción está movilizada en contra nuestra.

Y Chou En-lai, de acuerdo con Jruschov y en ayuda de éste, se dirigió a Polonia. (3) (Chou En-lai visitó a Gomułka el 16 de enero de 1957)

Luego, Jruschov nos «aconsejó» que nos mostrásemos serenos con los yugoslavos e hizo gala de su «gran política» indicándonos las diferencias específicas entre los dirigentes yugoslavos.

Al final de su intervención. Jruschov se puso a dar «incienso» prometiéndonos que estudiarían nuestras demandas económicas y nos ayudarían.

Así finalizaron estas conversaciones, en las que nosotros hemos expresado nuestras opiniones a los dirigentes soviéticos y ellos han intentado rehuir toda responsabilidad en los acontecimientos que habían ocurrido. Así se dio por terminada la discusión sobre esta página trágica de la historia del pueblo húngaro y del pueblo polaco. La contrarrevolución fue aplastada, bien con los tanques soviéticos, bien con los tanques polacos, pero lo cierto es que fue aplastada por los enemigos de la revolución. Ahora bien, el mal y la tragedia no habían terminado, sólo se había bajado el telón y, en los entre bastidores, Kadar, Gomułka y Jruschov reanudaban sus crímenes, hasta que llegaron a consumar su traición restaurando el capitalismo.

Enver Hoxha
Los jruschovistas, 1982

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