jueves, 20 de febrero de 2014

¿En lucha contra que enemigos en el seno del movimiento obrero ha podido crecer, fortalecerse y templarse el bolchevismo?; Lenin, 1920

«Cuando los mencheviques y los eseristas en Rusia (…) concertaron en 1914-1918 y en 1918-1920 con los bandidos de su propia burguesa, y a veces de la burguesía «aliada», compromisos dirigidos contra el proletariado revolucionario de su país, esos señores obraron como cómplices de los bandidos. (…) Hay compromisos y compromisos. Es preciso saber analizar la situación y las condiciones concretas de cada compromiso o de cada variedad de compromiso. Debe aprenderse a distinguir al hombre que ha entregado a los bandidos su bolsa y sus armas, para disminuir el mal causado por ellos y facilitar su captura y ejecución, del que da a los bandidos su bolsa y sus armas con objeto de participar en el reparto del botín». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)


En primer lugar, y sobre todo, en lucha contra el oportunismo, que en 1914 se transformó definitivamente en socialchovinismo y se pasó para siempre al campo de la burguesía contra el proletariado. Este era, naturalmente, el enemigo principal del bolchevismo en el seno del movimiento obrero y sigue siéndolo a escala mundial. El bolchevismo ha prestado y presta la mayor atención a ese enemigo. Tal aspecto de la actividad de los bolcheviques es ya bastante conocido también en el extranjero.

Distinta es la situación en lo que respecta a otro enemigo del bolchevismo en el seno del movimiento obrero. En el extranjero se sabe todavía en un grado demasiado insuficiente que el bolchevismo ha crecido, se ha formado y se ha templado en largos años de lucha contra el revolucionarismo pequeñoburgués, parecido al anarquismo o que toma algo de él y se aparta en todo lo esencial de las condiciones y exigencias de una consecuente lucha de clase del proletariado. El pequeño propietario, el pequeño patrono –tipo social que en numerosos países europeos ha alcanzado gran difusión y tiene un carácter masivo–, sufre en el capitalismo una presión continua y, con gran frecuencia, un empeoramiento increíblemente brusco y rápido de sus condiciones de vida y la ruina. Para los marxistas está plenamente demostrado desde el punto de vista teórico –y la experiencia de todas las revoluciones y movimientos revolucionarios de Europa lo confirma por entero– que ese pequeño propietario, ese pequeño patrono, cae con facilidad en el revolucionarismo extremista, pero es incapaz de manifestar dominio de sí mismo, espíritu de organización, disciplina y firmeza. El pequeño burgués «enfurecido» por los horrores del capitalismo es, como el anarquismo, un fenómeno social propio de todos los países capitalistas. Son notorias la inconstancia de este revolucionarismo, su esterilidad y la facilidad con que se transforma rápidamente en sumisión, en apatía, en fantasía, incluso en un entusiasmo «furioso» por tal o cual corriente burguesa «de moda». Pero el reconocimiento teórico, abstracto, de semejantes verdades no basta en modo alguno para poner a un partido revolucionario al abrigo de viejos errores, que aparecen siempre por motivos inesperados, con una ligera variación de forma, con una apariencia o un contorno antes no vistos, en una situación original –más o menos original–.

El anarquismo ha sido a menudo una especie de expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero. Estas dos anomalías se completaban mutuamente. Y si el anarquismo ejerció en Rusia una influencia relativamente insignificante en las dos revoluciones –1905 y 1917– y durante su preparación, pese a que la población pequeñoburguesa era aquí más numerosa que en los países europeos, ello se debe en parte, sin duda alguna, al bolchevismo, que luchó siempre del modo más despiadado e irreconciliable contra el oportunismo. Digo «en parte», pues lo que más contribuyó a debilitar el anarquismo en Rusia fue la posibilidad que tuvo en el pasado –en los años 70 del siglo XIX– de adquirir un desarrollo extraordinariamente esplendoroso y revelar por completo su carácter falso y su incapacidad para servir como teoría dirigente de la clase revolucionaria.

Al surgir en 1903, el bolchevismo heredó la tradición de lucha implacable contra el revolucionarismo pequeñoburgués, semianarquista –o capaz de coquetear con el anarquismo–, tradición que había existido siempre en la socialdemocracia revolucionaria y que se consolidó, sobre todo, en nuestro país de 1900 a 1903, cuando se sentaron las bases del partido de masas del proletariado revolucionario de Rusia. El bolchevismo hizo suya y continuó la lucha contra el partido que expresaba con mayor fidelidad las tendencias del revolucionarismo pequeñoburgués –es decir, el partido de los «socialrevolucionarios»– en tres puntos principales. Primero, este partido, que impugnaba el marxismo, se negaba obstinadamente a comprender –tal vez fuera más justo decir que no podía comprender– la necesidad de tener en cuenta con estricta objetividad las fuerzas de clase y sus relaciones mutuas antes de emprender cualquier acción política. Segundo, este partido veía un signo particular de su «revolucionarismo» o de su «izquierdismo» en el reconocimiento del terrorismo individual, de los atentados, que nosotros, los marxistas, rechazábamos categóricamente. Claro es que nosotros rechazábamos el terrorismo individual sólo por motivos de conveniencia; pero la gente capaz de condenar «por principio» el terror de la gran revolución francesa o, en general, el terror de un partido revolucionario victorioso, asediado por la burguesía del mundo entero, esa gente fue ya ridiculizada y vilipendiada por Plejánov en 1900-1903, cuando éste era marxista y revolucionario. Tercero, ser «izquierdista» consistía para los «socialrevolucionarios» en reírse de los pecados oportunistas, relativamente leves, de la socialdemocracia alemana, al mismo tiempo que imitaban a los ultraoportunistas de ese mismo partido, por ejemplo, en el problema agrario o en el de la dictadura del proletariado.

La historia, dicho sea de paso, ha confirmado hoy a gran escala, a escala histórica universal, la opinión que hemos defendido siempre, a saber: que la socialdemocracia revolucionaria alemana –y téngase en cuenta que Plejánov reclamaba ya en 1900 a 1903 la expulsión de Bernstein del partido, y que los bolcheviques, siguiendo siempre esta tradición, denunciaron en 1913 toda la villanía, la bajeza y la traición de Legien [12]– estaba más cerca que nadie de ser el partido que necesitaba el proletariado revolucionario para triunfar. Ahora, en 1920, después de todas las ignominiosas bancarrotas y crisis de la época de guerra y de los primeros años posbélicos, se ve con claridad que, de todos los partidos occidentales, la socialdemocracia revolucionaria alemana es precisamente la que ha dado los mejores jefes y la que se ha repuesto, curado y fortalecido con mayor rapidez. Esto se advierte tanto en el partido de los espartaquistas [13] como en el ala izquierda, proletaria, del «Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania», que sostiene una lucha tenaz contra el oportunismo y la pusilanimidad de los Kautsky, los Hilferding, los Ledebour y los Crispien. Si damos ahora un vistazo general a un período histórico terminado por completo –desde la Comuna de París [14] hasta la primera República Socialista Soviética–, veremos dibujarse con contornos absolutamente definidos e indiscutibles la posición del marxismo ante el anarquismo. En resumidas cuentas, el marxismo ha demostrado estar en lo justo. Y si los anarquistas señalaban con razón el carácter oportunista de las concepciones sobre el Estado que imperaban en la mayoría de los partidos socialistas, debe advertirse, en primer lugar, que ese carácter oportunista era fruto de una deformación, e incluso de una ocultación consciente, de las ideas de Marx sobre el Estado –en mi libro «El Estado y la revolución» he hecho notar que Bebel mantuvo en el fondo de un cajón durante 36 años, desde 1875 hasta 1911, la carta en que Engels [15] denunciaba con singular relieve, vigor, franqueza y claridad el oportunismo de las concepciones socialdemócratas en boga acerca del Estado–. En segundo lugar, que la corrección de estas ideas oportunistas y el reconocimiento del Poder soviético y de su superioridad sobre la democracia parlamentaria burguesa han partido con mayor amplitud y rapidez precisamente de las tendencias más marxistas existentes en el seno de los partidos socialistas de Europa y América.

Ha habido dos casos en que la lucha del bolchevismo contra las desviaciones «izquierdistas» de su propio partido ha adquirido una magnitud singularmente grande: en 1908, en torno a la participación en un parlamento ultrareaccionario y en las sociedades obreras legales regidas por las leyes más reaccionarias, y en 1918 –Paz de Brest [16]–, en torno a la admisibilidad de tal o cual «compromiso».

En 1908, los bolcheviques «de izquierda» fueron expulsados de nuestro partido por su empeño en no querer comprender la necesidad de participar en un «parlamento» ultrareaccionario [17]. Los «izquierdistas», entre los que había muchos revolucionarios excelentes, que fueron después –y continúan siendo– honrosamente miembros del partido comunista, se apoyaban, sobre todo, en la feliz experiencia del boicot de 1905. Cuando el zar anunció en agosto de 1905 la convocación de un «parlamento» consultivo [18], los bolcheviques, en contra de todos los partidos de oposición y de los mencheviques, declararon el boicot a ese parlamento, que fue barrido, en efecto, por la revolución de octubre de 1905 [19]. Entonces el boicot fue justo, no porque esté bien abstenerse en general de participar en los parlamentos reaccionarios, sino porque se tuvo en cuenta con acierto la situación objetiva, que conducía a la rápida transformación de las huelgas de masas en huelga política; después, en huelga revolucionaria y, luego, en insurrección. Además, la lucha giraba a la sazón en torno a si había que dejar en manos del zar la convocación del primer organismo representativo o si debía intentarse arrancar esa convocación de manos de las viejas autoridades. Por cuanto no había ni podía haber la seguridad de que la situación objetiva fuese análoga y de que su desarrollo se realizase en el mismo sentido y con igual rapidez, el boicot dejaba de ser justo.

El boicot de los bolcheviques al «parlamento» en 1905 enriqueció al proletariado revolucionario con una experiencia política extraordinariamente preciosa, mostrando que en la combinación de las formas legales e ilegales, parlamentarias y extraparlamentarias de lucha es a veces conveniente, y hasta obligatorio, saber renunciar a las formas parlamentarias. Pero trasladar ciegamente, por simple imitación, sin espíritu crítico, esta experiencia a otras condiciones, a otra situación, es el mayor de los errores. Lo que constituyó ya un error, aunque no grande y fácilmente corregible, fue el boicot de los bolcheviques a la Duma en 1906. Fueron errores mucho más serios y difícilmente reparables los boicots de 1907, 1908 y años posteriores, pues, de una parte, no se podía esperar que volviera a levantarse con mucha rapidez la ola revolucionaria y se transformase en insurrección y, de otra, la situación histórica creada por la renovación de la monarquía burguesa dictaba la necesidad de conjugar el trabajo legal e ilegal. Hoy, cuando se echa una mirada retrospectiva a este período histórico, terminado por completo –cuyo enlace con los períodos posteriores se ha manifestado ya plenamente–, se comprende con singular claridad que los bolcheviques no habrían podido conservar –y no digo ya afianzar, desarrollar y fortalecer– el firme núcleo del partido revolucionario del proletariado durante el período de 1908 a 1914 si no hubiesen defendido en la más dura contienda la combinación obligatoria de las formas legales de lucha con las formas ilegales, la participación obligatoria en un parlamento ultrareaccionario y en diversas instituciones regidas por leyes reaccionarias –mutualidades, etc–.

En 1918 las cosas no llegaron a la escisión. Los comunistas «de izquierda» [20] constituyeron entonces sólo un grupo especial o «fracción» dentro de nuestro partido, y no por mucho tiempo. En el mismo año, los representantes más señalados del «comunismo de izquierda», los camaradas Rádek y Bujarin, por ejemplo, reconocieron públicamente su error. Les parecía que la Paz de Brest era un compromiso con los imperialistas, inaceptable por principio y funesto para el partido del proletariado revolucionario. Se trataba, en efecto, de un compromiso con los imperialistas; pero precisamente de un compromiso de tal género que era obligatorio en aquellas circunstancias.

Cuando oigo hoy, por ejemplo, a los «socialrevolucionarios» atacar la táctica que seguimos al firmar la Paz de Brest, o una observación como la que me hizo el camarada Lansbury durante una conversación: «Los líderes de nuestras tradeuniones inglesas dicen que también pueden permitirse un compromiso, puesto que los bolcheviques se lo han permitido», respondo habitualmente, ante todo, con una comparación sencilla y «popular».

Figuraos que el automóvil en que viajáis es detenido por unos bandidos armados. Les dais el dinero, el pasaporte, el revólver y el automóvil. Mas, a cambio de ello, os veis libres de la agradable vecindad de los bandidos. Se trata, sin duda, de un compromiso. Do ut des –«te doy» mi dinero, mis armas y mi automóvil «para que me des» la posibilidad de marcharme en paz–. Pero difícilmente se encontraría un hombre cuerdo que declarase semejante compromiso «inadmisible desde el punto de vista de los principios» o calificase a quien lo ha concertado de cómplice de los bandidos –aunque éstos, una vez dueños del automóvil y de las armas, puedan utilizarlos para nuevos pillajes–. Nuestro compromiso con los bandidos del imperialismo alemán fue análogo a éste.

Pero cuando los mencheviques y los eseristas en Rusia, los secuaces de Scheidemann –y, en parte considerable, los kautskianos– en Alemania, Otto Bauer y Federico Adler –sin hablar de los señores Renner y comparsa– en Austria, los Renaudel, Longuet y cía. en Francia, los fabianos, los «independientes» y los «laboristas» [21] en Inglaterra concertaron en 1914-1918 y en 1918-1920 con los bandidos de su propia burguesa, y a veces de la burguesía «aliada», compromisos dirigidos contra el proletariado revolucionario de su país, esos señores obraron como cómplices de los bandidos.

La conclusión es clara: rechazar los compromisos «por principio», negar la legitimidad de todo compromiso en general, cualquiera que sea, constituye una puerilidad que hasta resulta difícil tomar en serio. El político que desee ser útil al proletariado revolucionario debe saber distinguir los casos concretos de compromisos que son precisamente inadmisibles, que son una manifestación de oportunismo y de traición, y dirigir contra esos compromisos concretos toda la fuerza de la crítica, todo el filo de un desenmascaramiento implacable y de una guerra sin cuartel, no permitiendo a los expertísimos socialistas «utilitarios» ni a los jesuitas parlamentarios que escurran el bulto y eludan la responsabilidad por medio de disquisiciones acerca de «los compromisos en general». Los señores «líderes» de las tradeuniones inglesas, lo mismo que los de la Sociedad Fabiana y los del Partido Laborista «Independiente», pretenden eludir precisamente así la responsabilidad por la traición que han cometido, por haber concertado un compromiso semejante, que no es en realidad sino oportunismo, defección y traición de la peor especie. Hay compromisos y compromisos. Es preciso saber analizar la situación y las condiciones concretas de cada compromiso o de cada variedad de compromiso. Debe aprenderse a distinguir al hombre que ha entregado a los bandidos su bolsa y sus armas, para disminuir el mal causado por ellos y facilitar su captura y ejecución, del que da a los bandidos su bolsa y sus armas con objeto de participar en el reparto del botín. En política, esto dista mucho de ser siempre tan fácil como en el ejemplillo de simplicidad infantil. Pero sería sencillamente un charlatán quien pretendiera inventar para los obreros una receta que proporcionase por adelantado soluciones adecuadas en todas las circunstancias de la vida o prometiera que en la política del proletariado revolucionario jamás surgirán dificultades ni situaciones embrolladas.

Para no dejar lugar a interpretaciones falsas, intentaré esbozar, aunque sea muy brevemente, algunas tesis fundamentales al analizar los casos concretos de compromiso.

El partido que concertó con los imperialistas alemanes el compromiso consistente en firmar la Paz de Brest había venido forjando su internacionalismo de verdad desde finales de 1914. Este partido no temió proclamar la derrota de la monarquía zarista y estigmatizar «la defensa de la patria» en la guerra entre dos aves de rapiña imperialistas. Los diputados de este partido al parlamento fueron deportados a Siberia, en vez de seguir el camino que conduce a las carteras ministeriales en un gobierno burgués. La revolución, al derribar el zarismo y proclamar la república democrática, sometió a este partido a una prueba nueva y grandiosa: no concertó ningún acuerdo con «sus» imperialistas, sino que preparó su derrocamiento y los derrocó. Este mismo partido, una vez dueño del poder político, no ha dejado piedra sobre piedra ni de la propiedad latifundista ni de la propiedad capitalista. Después de publicar y hacer añicos los tratados secretos de los imperialistas, este partido propuso la paz a todos los pueblos y sólo cedió ante la violencia de los bandidos de Brest cuando los imperialistas anglo-franceses frustraron la paz y los bolcheviques habían hecho todo lo humanamente posible para acelerar la revolución en Alemania y en otros países. Es cada día más claro y evidente para todos el acierto completo de semejante compromiso, contraído por ese partido en tales circunstancias.

Los mencheviques y eseristas de Rusia –como todos los jefes de la II Internacional en el mundo entero en 1914-1920– empezaron por la traición, justificando directa o indirectamente «la defensa de la patria», es decir, la defensa de su burguesía expoliadora. Y persistieron en la traición, coligándose con la burguesía de su país y luchando al lado suyo contra el proletariado revolucionario de su propio país. Su bloque en Rusia con Kerenski y los democonstitucionalistas [22], primero –y con Kolchak y Denikin después–, así como el bloque de sus correligionarios extranjeros con la burguesía de sus países respectivos, fue una deserción al campo de la burguesía contra el proletariado. Su compromiso con los bandidos del imperialismo consistió, desde el principio hasta el fin, en que se convirtieron en cómplices del bandolerismo imperialista.

Notas

[*] De la política y de los partidos se puede decir –con las variantes correspondientes– lo mismo que de los individuos. Inteligente no es quien no comete errores. No hay, ni puede haber, hombres que no cometan errores. Inteligente es quien comete errores que no son muy graves y sabe corregirlos bien y pronto.

[12] Se alude, por lo visto, al artículo de Lenin «Lo que no se debe imitar del movimiento obrero alemán», publicado en abril de 1914 en la revista bolchevique Prosveschenie –«La Ilustración»–. En él se denunciaba la pérfida conducta del socialdemócrata alemán Karl Legien, que durante su viaje a Norteamérica en 1912 pronunció en el Congreso de los EEUU un discurso de saludo a los medios oficiales y a los partidos burgueses.

[13] Espartaquistas: miembros de una organización revolucionaria de socialdemócratas de izquierda alemanes, fundada a comienzos de la primera guerra mundial por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring, Clara Zetkin y otros. Los espartaquistas hicieron propaganda revolucionaria entre las masas, organizaron acciones antibélicas masivas, dirigieron huelgas y denunciaron el carácter imperialista de la guerra mundial, así como la traición de los líderes oportunistas de la socialdemocracia.

En abril de 1917 ingresaron en el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, de orientación centrista, conservando en él su independencia orgánica. En noviembre de 1918, durante la revolución en Alemania, los espartaquistas formaron la Liga Espartaco y, después de publicar su programa el 14 de diciembre, rompieron con los «independientes». En el Congreso de Constitución, celebrado del 30 de diciembre de 1918 al 1 de enero de 1919, los espartaquistas fundaron el Partido Comunista de Alemania.

[14] Comuna de París: gobierno revolucionario de la clase obrera, creado por la revolución proletaria en París en 1871. Primera experiencia de dictadura del proletariado conocida en la historia. La Comuna de París existió 72 días: desde el 18 de marzo hasta el 28 de mayo de 1871.

[15] Lenin alude a la carta de Friedrich Engels a A. Bebel del 18-28 de marzo de 1875.

[16] Paz de Brest: Tratado de Paz firmado el 3 de marzo de 1918, en Brest Litovsk, entre la Rusia Soviética y las potencias de la «Cuádruple Alianza» –Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía– en condiciones extraordinariamente duras para la primera. En torno a la firma de la Paz de Brest se entabló una lucha tenaz contra Trotsky y el grupo antipartido de los «comunistas de izquierda» –véase la nota nº20–. Gracias únicamente a los ingentes esfuerzos de Lenin se firmó el Tratado de Paz con Alemania. La Paz de Brest fue un brillante ejemplo de sabiduría y flexibilidad de la táctica leninista, de capacidad para trazar, en una situación complicada en extremo, la única política justa; fue un sensato compromiso político.

El Tratado de Brest-Litovsk proporcionó al Estado soviético una tregua, le permitió desmovilizar el viejo ejército en descomposición y crear otro nuevo, el Ejército Rojo, desplegar la edificación del socialismo y acumular fuerzas para hacer frente a la contrarrevolución interior y a los intervencionistas extranjeros. Al triunfar la revolución de noviembre de 1918 en Alemania, que derrocó el régimen monárquico, el CEC de toda Rusia anuló el 13 de noviembre el expoliador Tratado de Brest-Litovsk.

[17] Se trata de los otzovistas y ultimatistas. La lucha contra ellos, entablada en 1908, condujo a que el líder de los otzovistas, A. Bogdánov, fuese expulsado de las filas bolcheviques en 1909. Encubriéndose con una fraseología revolucionaria, los otzovistas –de la palabra rusa «otozvat», revocar, retirar– exigían que los diputados socialdemócratas fuesen retirados de la III Duma de Estado y cesase la labor en las organizaciones legales –sindicatos, cooperativas, etc–. El ultimatismo era una variedad del otzovismo. Los ultimatistas, que no comprendían la necesidad de efectuar una labor sistemática y tenaz con los diputados socialdemócratas para hacer de ellos parlamentarios revolucionarios consecuentes, proponían presentar un ultimátum a la minoría socialdemócrata de la Duma, exigiendo su subordinación incondicional a los acuerdos del CC del partido, y, si no lo cumplía, retirar de la Duma a los diputados socialdemócratas. En junio de 1909 se reunió la redacción ampliada del periódico bolchevique Proletari –«El Proletario»–, la cual señaló en una resolución que «el bolchevismo, como corriente concreta en el POSDR, no tiene nada de común con el otzovismo y el ultimatismo» y exhortó a los bolcheviques a «sostener la lucha más enérgica contra estas desviaciones del camino del marxismo revolucionario».

[18] Lenin se refiere a la Duma de Bulyguin, organismo consultivo cuya convocación proyectaba el gobierno zarista en agosto de 1905. Recibió esta denominación por haber encargado el zar a A. Bulyguin, a la sazón ministro del Interior, confeccionar el proyecto de ley correspondiente. Según este proyecto, la Duma no estaba facultada para promulgar leyes, y se concedía el derecho de sufragio únicamente a los grandes terratenientes, los capitalistas y un pequeño número de campesinos ricos.

Las elecciones a la Duma de Bulyguin no llegaron a celebrarse la Duma fue barrida por el creciente movimiento revolucionario y por la huelga política de octubre de 1905.

[19] Se trata de la huelga general política de octubre de 1905 en toda Rusia durante la primera revolución rusa. El número de huelguistas pasó de dos millones. La huelga transcurrió bajo las consignas de derrocamiento de la autocracia, boicot activo a la Duma de Bulyguin, convocación de la Asamblea Constituyente y proclamación de la república democrática. Esta huelga reveló la fuerza y el poderío del movimiento obrero e impulsó el desarrollo de la lucha revolucionaria en el campo, en el ejército y en la marina.

[20] «Comunistas de izquierda»: grupo antipartido que surgió a comienzos de 1918 con motivo de la firma del Tratado de Paz –Paz de Brest– con Alemania. Encubriéndose con una fraseología izquierdista acerca de la guerra revolucionaria, los «comunistas de izquierda» defendieron una política aventurera tendiente a arrastrar a la República Soviética, todavía sin ejército, a la guerra contra la Alemania imperialista y colocaron al Poder Soviético ante una amenaza mortal. Lenin y sus correligionarios tuvieron que sostener una lucha tenaz en el CC contra Trotsky y los «comunistas de izquierda» para lograr que se aprobase la resolución sobre la firma del Tratado de Paz con Alemania, salvando así de la muerte a la joven República Soviética.

[21] «Laboristas»: miembros del Partido Laborista de Inglaterra –Labour Party–, fundado en 1900 como una agrupación de sindicatos y organizaciones y grupos socialistas para llevar representantes obreros al parlamento –«Comité de Representación Obrera»–. En 1906, el comité adoptó el nombre de Partido Laborista. Los afiliados a las tradeuniones se consideran automáticamente miembros del Partido Laborista, a condición de que abonen a éste las cuotas correspondientes.

El Partido Laborista, que en su origen fue un partido obrero por su composición –más tarde se adhirieron a él numerosos elementos pequeño burgueses–, es, por su ideología y su táctica, una organización oportunista. Desde el momento en que se constituyó, sus líderes aplican una política de colaboración de clases con la burguesía.

Durante la primera guerra mundial (1914-1918), los dirigentes del Partido Laborista –A. Henderson y otros– adoptaron una posición socialchovinista y colaboraron en el gobierno del rey. Con su respaldo activo fueron promulgadas diversas leyes enfiladas contra los obreros –sobre la militarización del país, etc.–. Los líderes laboristas han formado gobierno en repetidas ocasiones.

[22] Democonstitucionalistas –demócratas-constitucionalistas–: miembros del Partido Demócrata Constitucionalista, partido principal de la burguesía liberal monárquica de Rusia, fundado en octubre de 1905. Durante la primera guerra mundial apoyaron activamente la política exterior anexionista del gobierno zarista. En el período de la revolución democrática burguesa de febrero de 1917 trataron de salvar la monarquía. Los democonstitucionalistas, que ocupaban una posición dirigente en el gobierno provisional burgués, aplicaron una política antipopular y contrarrevolucionaria. Después de triunfar la Revolución Socialista de Octubre fueron enemigos inconciliables del Poder Soviético, participando en todos los levantamientos armados contrarrevolucionarios y en las campañas de los intervencionistas.

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