lunes, 13 de abril de 2015

El plan de China para convertirse en superpotencia; Enver Hoxha, 1978

Bustos de los líderes más importantes en el Partido Comunista de China en las últimas décadas:  de izq. a derech. Deng Xiaoping (durante mediados los 70 a finales de los 80), Mao Zedong (durante los 30 a mediados de los 70) y Jiang Zemin (durante finales de los 80 hasta el nuevo siglo XXI)

«
Al inicio, cuando analizamos la estrategia global del imperialismo estadounidense y del socialimperialismo soviético para dominar el mundo, cuando analizamos la aparición y el desarrollo de las diversas variedades del revisionismo moderno, así como la lucha de todos estos enemigos contra el marxismo-leninismo y la revolución, hemos hablado también del lugar que ocupa el revisionismo chino y de su estrategia.

China autodenomina marxista-leninista la línea política que sigue, pero la realidad demuestra lo contrario. Precisamente los marxista-leninistas debemos desenmascarar la verdadera naturaleza de esta línea. No debemos permitir que las teorías revisionistas chinas pasen por teorías marxistas, no debemos tolerar que China, en el camino en el que se ha metido, simule combatir por la revolución, cuando en realidad se opone a ella. China, con su política, pone aún más en evidencia que trata de reforzar las posiciones del capitalismo en el país e implantar su hegemonía en el mundo, convertirse en una gran potencia imperialista para que también ella ocupe, como suele decirse, el «lugar que se merece».

La historia demuestra que todo gran país capitalista tiende a transformarse en una gran potencia mundial, alcanzar y aventajar a las otras grandes potencias, competir con ellas por la dominación mundial. Los caminos que han seguido los grandes Estados burgueses para transformarse en potencias imperialistas han sido diferentes; estos caminos han estado condicionados por determinadas circunstancias históricas y geográficas, por el desarrollo de las fuerzas productivas, etc. El camino seguido por los Estados Unidos difiere del camino de las viejas potencias europeas, como Inglaterra, Francia y Alemania. Estas se formaron como tales sobre la base de las conquistas coloniales.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos vinieron a ser la mayor potencia capitalista. Sobre la base del gran potencial económico y militar de que disponían y con el desarrollo del neocolonialismo, se transformaron en una superpotencia imperialista. Pero no transcurrió mucho tiempo y a esta superpotencia se le sumó otra, la Unión Soviética, que, tras la muerte de Stalin y después de que la dirección jruschovista traicionase al marxismo-leninismo, se transformó en una superpotencia imperialista. Aprovechó para este fin el gran potencial económico, técnico y militar creado por el socialismo.

Ahora nos vemos frente a los esfuerzos de otro gran Estado, la China de nuestros días, por convertirse en superpotencia, porque también ella marcha apresuradamente por el camino del capitalismo. Pero China no tiene colonias, carece de una industria grande y desarrollada, no posee una economía fuerte en su conjunto, no tiene un gran potencial termonuclear del mismo nivel del que disponen las otras dos superpotencias imperialistas.

Para convertirse en superpotencia se precisa a cualquier precio de una economía desarrollada, de un ejército pertrechado con la bomba atómica, se necesita asegurar mercados y zonas de influencia, hacer inversiones de capitales en el extranjero, etc. China busca cumplir cuanto antes tales requisitos. Esto quedó claro en el discurso pronunciado por Chou En-lai en la Asamblea Popular, en 1975, y fue reiterado en el XIº Congreso del Partido Comunista de China de 1977, donde se proclamó que, antes de terminar este siglo, China se convertirá en un país poderoso y moderno, con miras a alcanzar a los Estados Unidos y a la Unión Soviética. Ahora todo este plan ha sido ampliado y precisado en lo que se denomina la política de las «cuatro modernizaciones».

Pero ¿qué camino ha escogido China para transformarse también ella en una superpotencia? Actualmente, las colonias y los mercados del mundo están ocupados por otros. Contrariamente a lo que pretenden los dirigentes chinos, es imposible crear con las propias fuerzas y en 20 años, un potencial económico y militar igual al que poseen los estadounidenses y soviéticos.

En estas condiciones, para llegar a superpotencia, China tendrá que pasar por dos fases principales: la primera, solicitar créditos e inversiones del imperialismo estadounidense y de los otros países capitalistas desarrollados, adquirir tecnología moderna para explotar las riquezas de su país, la mayor parte de las cuales pasará a título de dividendos a los acreedores. La segunda, invertir la plusvalía obtenida a expensas del pueblo chino en Estados de diversos continentes, como hacen en la actualidad los imperialistas estadounidenses y los socialimperialistas soviéticos.

Los esfuerzos de China por convertirse en superpotencia consisten, en primer lugar, en escoger los aliados y crear las alianzas. Hoy en el mundo existen dos superpotencias, el imperialismo estadounidense y el socialimperialismo soviético. 


Los dirigentes chinos han pensado que deben apoyarse en el imperialismo estadounidense


Los dirigentes chinos han pensado que deben apoyarse en el imperialismo estadounidense, del cual tienen grandes esperanzas de obtener ayudas en el terreno económico, financiero, tecnológico, organizativo y también en el aspecto militar

El potencial económico-militar de los Estados Unidos es, efectivamente, superior al del socialimperialismo soviético. Los revisionistas chinos lo saben bien, aunque digan que el imperialismo estadounidense está en decadencia. En su camino, no pueden apoyarse en un socio débil, del cual no pueden sacar gran provecho. Precisamente porque los Estados Unidos son poderosos, los han escogido como aliado.

La alianza con los Estados Unidos, el acomodamiento de la política china a la política del imperialismo estadounidense tiene también otros objetivos. Encierra en sí misma una amenaza contra el socialimperialismo soviético, lo cual se nota en la propaganda ensordecedora y en la febril actividad de los dirigentes chinos contra la Unión Soviética. Con esta política, China da a entender a la Unión Soviética revisionista que los lazos que ha establecido con los Estados Unidos constituyen una fuerza colosal contra ella en caso de estallar una guerra imperialista.

La actual política china tiende, asimismo, a trabar amistad y alianzas con todos los demás países capitalistas desarrollados, de los cuales pretende obtener beneficios políticos y económicos. China desea e intenta reforzar la alianza estadounidense con estos países del «segundo mundo», tal como los llama, y hace esfuerzos en este sentido. Además, propugna la unidad o mejor dicho la subordinación de éstos al imperialismo estadounidense, a quien considera su socio mayor.

Esto explica los estrechos lazos que el gobierno chino quiere establecer con todos los Estados capitalistas ricos, con el Japón, Alemania Occidental, Inglaterra, Francia, etc.; esto explica las numerosas visitas a China de delegaciones económicas, culturales y científicas gubernamentales, procedentes de los Estados Unidos y de los demás países capitalistas desarrolladas, ya se trate de repúblicas o reinos, así como las visitas de las delegaciones chinas a estos países. Así se explica que China, de forma sistemática, tome en cualquier ocasión posición en favor de los Estados Unidos, así como de los otros países capitalistas industrializados, esforzándose por poner de relieve todo escrito, toda declaración y toda acción de estos Estados contra el socialimperialismo soviético.

Esta política de los dirigentes chinos no puede pasar inadvertida para los Estados Unidos y no encontrar el debido respaldo de éstos. Es sabido que durante la Segunda Guerra Mundial en el Departamento el Estado estadounidense existían dos lobby respecto a la cuestión china: uno en pro de Chiang Kai-shek y otro en pro de Mao Zedong. Naturalmente, en esa época en el Departamento de Estado y en el Senado Estadounidense salió vencedor el lobby de Chiang Kai-shek, mientras que sobre el terreno, en el continente, en China venció el lobby de Mao Zedong. Entre los inspiradores de este lobby se encontraban Marshall y Vandemeyer, Edgar Snow y otros [véase la obra de Enver Hoxha: «¿Puede calificarse la revolución china de revolución proletaria?»; Reflexiones sobre China, Tomo II, 26 de diciembre de 1977 - Anotación de E. H.], que se convirtieron en los amigos y consejeros de los chinos, los promotores e inspiradores de toda suerte de organizaciones en la nueva China. En la actualidad estos viejos lazos se renuevan, se refuerzan, se amplían y se hacen más concretos. Hoy todo el mundo puede observar que China y los Estados Unidos se acercan cada vez más. Hace poco tiempo uno de los diarios estadounidenses mejor informados, el Washington Post, escribía: «Ahora existe un consenso estadounidense, que es apoyado incluso por la derecha, incluso por aquellos que sienten escasa simpatía por Beijing. Según este consenso, a pesar de lo ocurrido en el pasado, ya no hay motivo para que China sea considerada como una amenaza para los Estados Unidos. Salvo Taiwán, hay muy pocas cosas en las cuales los dos gobiernos no se ponen de acuerdo. Ambas partes han aceptado, de hecho, aplazar la cuestión de Taiwán, con el fin de beneficiarse en otros terrenos».

La cuestión de Taiwán, que se plantea en las relaciones entre China y los Estados Unidos, no pasa de ser puramente formal. Ahora China no insiste sobre esta cuestión. Le tiene sin cuidado Hong Kong y no le preocupa en absoluto que Macao se encuentre aún bajo la dominación de los portugueses. El gobierno chino no acepta la oferta del nuevo gobierno portugués de restituir a China esta colonia, diciendo que «lo regalado no se devuelve». La existencia de estas colonias es algo anacrónico, pero para la política pragmática de los dirigentes chinos esto carece de importancia. Si Hong Kong y Macao siguen siendo colonias, ¿por qué no habría de serlo Taiwán? Al parecer, China está muy interesada en que Taiwán continúe en ese Estado. Además de las relaciones abiertas, relaciones que desarrolla a la luz del día, está interesada en desarrollar, a través de estas tres puertas, un tráfico secreto con los imperialistas estadounidenses, los imperialistas ingleses, japoneses, etc. Por eso, las pamplinas que pretenden hacer creer Deng Xiaoping y Li Sien-nien, de que supuestamente las relaciones sino-estadounidenses dependen de la actitud estadounidense respecto a Taiwán, no son más que una cortina de humo para disimular la política china de acercamiento a los Estados Unidos, con la finalidad de convertirse en una superpotencia.

Jimmy Carter ha declarado que los Estados Unidos establecerán relaciones diplomáticas con China [las relaciones diplomáticas entre China y los Estados Unidos fueron establecidas el 1 de enero de 1979 - Anotación de E. H.]. En lo que se refiere a Taiwán adoptarán la actitud del Japón, es decir, formalmente cortarán las relaciones diplomáticas con la isla, manteniendo las relaciones económicas y culturales y, al amparo de éstas, también las militares. De hecho, China está interesada en las relaciones militares entre los Estados Unidos y Taiwán. Desea que los Estados Unidos mantengan tropas en Taiwán, el Japón, Corea del Sur y el Océano Indico, porque piensa que su presencia la beneficia, ya que sirve de contrapeso a la Unión Soviética.

Todas estas actitudes están ligadas al camino que ha escogido la dirección china, para hacer de su país una superpotencia, esforzándose por desarrollar la economía y acrecentar el potencial militar mediante los créditos y las inversiones de los Estados Unidos y de otros grandes países capitalistas. Ella legitima este camino pretendiendo aplicar una política justa, la línea «marxista» de Mao Zedong, según el cual «China debe aprovechar los grandes éxitos del mundo, las patentes, las nuevas tecnologías, poniendo lo extranjero al servicio del desarrollo interno», [a este fin sirve también el Código sobre las empresas mixtas de capital chino y extranjero, aprobado por la Asamblea Nacional Popular de China en julio de 1979 - Anotación de E. H.] etc. Los artículos de «Renmin Ribao» y los discursos de los dirigentes chinos están plagados de tales eslóganes. Según la concepción china; aprovechar los inventos y los logros en el terreno de la industria de los otros Estados, significa recibir créditos y aceptar inversiones de los Estados Unidos, el Japón, Alemania Occidental, Francia, Inglaterra y los otros países capitalistas, a los que China corteja a más y mejor.

Los dirigentes chinos han hecho suyas las teorías revisionistas, según las cuales los grandes países, y China entre ellos, que tienen muchas riquezas, pueden recibir créditos del imperialismo estadounidense o de cualquier Estado, trust y poderoso banco capitalistas, porque supuestamente son capaces de reembolsarlos. En defensa de este punto de vista han salido los revisionistas yugoslavos, que, pregonando su experiencia de la «construcción del socialismo específico» con las ayudas de la oligarquía financiera mundial y especialmente del capital estadounidense, dan el ejemplo e incitan a China a seguirlo sin vacilar.

Los grandes países podrán liquidar los créditos que reciben, pero las inversiones imperialistas que se hacen en ellos, como en la Unión Soviética revisionista o en China y en cualquier otro lugar, inevitablemente acarrean graves consecuencias neocolonialistas. Las riquezas y el sudor de los pueblos son explotados también en interés de los consorcios y de los monopolios capitalistas extranjeros. Los imperialistas estadounidenses, así como los Estados capitalistas desarrollados de Europa Occidental o el Japón, que invierten en China y en los países revisionistas, tienen como objeto establecerse en ellos, pretenden que los consorcios de sus países se entrelacen en una estrecha colaboración con los trusts y las ramas de las principales industrias en estos países.

La inversión de capitales de los Estados imperialistas en China no es un problema tan sencillo, como tratan de presentarlo los revisionistas, que consideran exenta de peligros esta penetración del capital en sus países, ya que éste no se introduciría a través de las relaciones interestatales –a pesar de que altos dirigentes chinos han declarado últimamente que aceptarán créditos gubernamentales del exterior–, sino por medio de bancos y sociedades privadas sin implicaciones ni intereses políticos. El endeudamiento de cualquier país, grande o pequeño, con un imperialismo u otro, siempre conlleva peligros inevitables para la libertad, la independencia y la soberanía del país que toma este camino, tanto más para países económicamente pobres como China. Un país verdaderamente socialista no necesita de tales deudas. Las fuentes de su desarrollo económico las encuentra en su propio país, en sus propios recursos, en su acumulación interna y en la fuerza creadora del pueblo. Un testimonio muy claro de qué medios, recursos y capacidades inagotables dispone un país socialista para desarrollarse, es el ejemplo de Albania, el ejemplo de un país pequeño. Mucho más importantes son los medios y recursos de un país grande en caso de que marche consecuentemente por el camino del marxismo-leninismo.

La apertura del mercado chino al imperialismo estadounidense y a las grandes compañías estadounidenses y otras occidentales ha sido acogida con irreprimible alegría por los imperialistas de los Estados Unidos y por toda la burguesía internacional.

Las multinacionales, los industriales de los Estados Unidos, conocen bien la economía de China y sus grandes riquezas, por eso hacen todo lo posible para levantar en ella su red económica, constituir sociedades mixtas y obtener grandes beneficios. Así están actuando en China no sólo las grandes sociedades estadounidenses; sino también las sociedades japonesas, alemanas y de otros países capitalistas desarrollados.

Ya China ha concluido un contrato con el Japón, para venderle anualmente hasta 10 millones de toneladas de petróleo. También representantes del Ente Nazionale Idrocarburi –ENI–, a la cabeza de un nutrido equipo, viajaron a China para ofrecer licencias de tecnología de prospección del petróleo, pero allí se encontraron con grandes grupos de las compañías petroleras estadounidenses, que con anterioridad habían hecho transacciones con China para extraer y explotar conjuntamente el petróleo. China hace lo mismo con los otros sectores de la minería, el hierro y los distintos minerales que puedan ser descubiertos y que allí se hallan en gran cantidad. Los magnates alemanes del carbón ya están presentes en China y han concluido contratos de varias decenas de miles de millones de marcos. Los ministros chinos recorren de punta a punta el Japón, América y Europa para obtener créditos, contratar nuevos equipos tecnológicos, comprar armas modernas, establecer acuerdos técnico-científicos, etc. Todas las puertas de las instituciones y de las empresas chinas están abiertas para los hombres de negocios de Tokio, Wall Street y del Mercado Común Europeo, que se dan prisa en ir a Beijing para ser los primeros en acaparar los grandes proyectos de «modernización» que les ofrece el gobierno chino. De esta manera también China está entrando en el gran círculo infernal de la absorción imperialista, del insaciable hambre imperialista de apoderarse de las riquezas del subsuelo y de las materias primas, de explotar la mano de obra de su país.

Es sabido que el capitalista no concede ayudas a nadie sin antes considerar, en primer lugar, su propio interés económico, político e ideológico. No se trata únicamente del porcentaje que obtiene como ganancia. El país capitalista que concede el crédito, junto con él, introduce en el país que recibe la «ayuda», también su modo de vida, su modo de pensar capitalista, crea sus bases y se extiende insensiblemente como una mancha de aceite, amplía su telaraña y la araña está siempre en el centro y chupa la sangre a todas las moscas que caen en sus redes, como fue el caso de Yugoslavia, como lo es actualmente el caso de la Unión Soviética. Y China correrá la misma suerte.

Por consiguiente, China cederá, como lo está haciendo ya, también en lo político e ideológico, mientras que el mercado chino se convertirá en un débouché [vertedero - Anotación de E. H.] de gran importancia para el imperialismo estadounidense y las otras potencias capitalistas industrializadas.

Los créditos y las inversiones estadounidenses, germano-occidentales, japoneses, etc., que se realizan en China no pueden dejar de vulnerar, en uno u otro grado, su independencia y soberanía. Tales créditos acarrean la dependencia de cualquier Estado que los recibe, porque el acreedor impone su política. Por lo tanto, cualquier Estado, grande o pequeño, que se introduce en los engranajes del imperialismo, mutila o pierde su libertad política, su independencia y soberanía. En esta situación de mutilación de su soberanía se encuentra la Unión Soviética, que, cuando emprendió el camino de la restauración del capitalismo, era mucho más fuerte económica y militarmente que la China actual, la cual se encamina por el mismo sendero.

Como es de suponer, los países pequeños, cuando se introducen en los engranajes del imperialismo, pierden su libertad e independencia antes que los países grandes, como China y la Unión Soviética, que pueden perderlas con una gradación más lenta, debido no sólo a que cuentan con un mayor potencial económico y militar, sino porque, basándose en este potencial, pugnan por conservar los mercados y apoderarse de nuevos, crear zonas de influencia y ensancharlas para presionarse mutuamente, e incluso trabarse en guerras, cuando no encuentren otra salida. Pero esto, a pesar de todo, no les libra de las cadenas de los créditos y las inversiones que atan sus pies. Los créditos y los intereses deben ser pagados. Pues bien, si no se está en condiciones de pagarlos, se contraen nuevas deudas. A las deudas existentes se suman otras y el capitalista exige las rentas, y, cuando no pueden ser pagadas, el deudor es puesto entre la espada y la pared. Las sociedades monopolistas estadounidenses, por ejemplo, que imponen la política a seguir a su propio gobierno, le obligan a proteger por todos los medios sus capitales, a declarar, si es preciso, incluso la guerra para defenderlos.

Juzgando por el afán que muestran los dirigentes chinos de apoyarse en el imperialismo estadounidense, en los capitalistas de los Estados Unidos, para desarrollar la economía de su país, se cae por su propio peso también su ruido ensordecedor sobre el debilitamiento de este imperialismo. Sus declaraciones de que supuestamente el imperialismo estadounidense se ha debilitado son una superchería, al igual que lo es su declaración sobre el apoyo en las propias fuerzas. En la práctica de los revisionistas chinos todo el mundo puede observar que dicen lo contrario de lo que piensan.

La prensa oficial china frecuentemente se muestra preocupada por los créditos que recibe la Unión Soviética socialimperialista de los bancos estadounidenses, germano-occidentales, japoneses, etc. Previene a los Estados Unidos y demás países capitalistas desarrollados para que estén atentos, ya que las ayudas tecnológicas y los créditos que conceden a la Unión Soviética son empleados en el desarrollo y el reforzamiento de su potencial económico y militar, que estas ayudas y créditos acrecientan el peligro que para ellos significa el socialimperialismo, el cual, como dicen los dirigentes chinos, ha venido a ocupar hoy el lugar del III Reich. Por eso llaman a cancelar cuanto antes estos créditos.

No es difícil deducir el verdadero sentido de la «preocupación» que muestran los dirigentes chinos en torno a los créditos que recibe la Unión Soviética. Naturalmente, les tiene sin cuidado la esencia capitalista de estos créditos, o el peligro que representan para la soberanía del Estado soviético. Lo que quieren decir a los magnates del capital estadounidense y al gobierno de los Estados Unidos, a los capitalistas y gobiernos de los demás países imperialistas, es que no deben conceder esos créditos y esas ayudas a la Unión Soviética, sino a China de la cual no les viene ningún peligro, sino sólo beneficios.

Esta es una de las caras del plan chino para hacer de China una superpotencia. 


Convertirse en líder de lo que China llama «tercer mundo»


La otra cara son los esfuerzos por dominar a los países menos desarrollados del mundo, por convertirse en líder de lo que China llama «tercer mundo».

El grupo que impera actualmente en China hace mucho hincapié en el «tercer mundo», en el cual incluye a la propia China, y esto no ocasionalmente y sin intención. El «tercer mundo» de los revisionistas chinos tiene un objetivo político bastante determinado. Forma parte de la estrategia que tiende a convertir China lo antes y lo más aceleradamente posible en una superpotencia. China pretende agrupar en torno suyo a todos los países del «tercer mundo» o los «países no alineados», o bien a los «países en vías de desarrollo», para crear una gran fuerza, que no sólo aumentará el potencial global chino, sino que también la ayudará a oponerse a las otras dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, a tener un peso mayor en los chalaneos para el reparto de los mercados y las zonas de influencia, a asegurarse el status de verdadera superpotencia imperialista. China trata de realizar su objetivo de agrupar a su alrededor el mayor número posible de Estados del mundo bajo la falsa consigna de que está por que los pueblos se liberen del neocolonialismo y pasen al socialismo a través de la lucha contra el imperialismo. Este imperialismo es en cierto modo abstracto, pero recalca que el imperialismo más peligroso es el soviético.

China ha lanzado esta consigna demagógica y carente de contenido teórico con la esperanza de valerse de ella para lograr sus fines hegemonistas. Al principio pretende establecer su dominación en el llamado «tercer mundo» y luego manejar este «mundo» en función de sus intereses imperialistas. Por el momento, China trata de disimular esto con su reputación de país socialista. Especula con el hecho de que un país socialista no puede sustentar puntos de vista esclavizadores, ni tener a los demás agarrados por las narices, chantajearlos, combatirlos, oprimirlos y explotarlos. Emplea dicha consigna apoyándola en la fama que tiene el Partido Comunista de China, creado por el «gran» Mao Zedong, de ser, según dicen, un partido marxista-leninista, que sigue fielmente la teoría de Marx y Lenin, teoría que combate todos los males del sistema capitalista, la explotación colonial. etc.

Enmascarándose bajo esta falsa identidad, ocultándose tras la frase «tercer mundo» e incluyéndose sin criterio alguno y sin ninguna definición de clase en este «mundo», China piensa poder realizar más fácilmente su objetivo estratégico de establecer en él su propia hegemonía. La Unión Soviética ha utilizado el mismo engaño hacia los otros países. Todos los revisionistas jruschovistas predican día y noche que son «socialistas» y que sus partidos son «verdaderos partidos marxista-leninistas». A su vez, también los revisionistas soviéticos tratan de establecer, bajo este disfraz, su hegemonía en el mundo. Por consiguiente, podemos decir que no existe ninguna diferencia esencial entre la actuación china y la del socialimperialismo soviético.

Toda esta evolución de la política y la actuación chinas corrobora en su totalidad la definición marxista-leninista de las características del imperialismo, en tanto que dominación de la oligarquía financiera que busca mercados, que quiere conquistar el mundo y sentar en todas partes su hegemonía. En este sentido, China intenta penetrar en los países del «tercer mundo» y ocupar un «lugar al sol». Pero este «lugar» debe ganárselo con grandes sacrificios.

Para penetrar en el «tercer mundo»; para hacerse con los mercados, se necesitan capitales. Las clases dominantes, que detentan el poder en los países del «tercer mundo», reclaman inversiones, reclaman créditos y «ayudas». Pues bien, China no está en condiciones de ofrecerles «ayudas» en grandes cantidades, porque no cuenta con potencial económico suficiente. Precisamente ahora intenta crear este potencial con la ayuda del imperialismo estadounidense. En tales condiciones, la burguesía que ejerce su dominio en los países del «tercer mundo» tiene claro que por el momento no puede beneficiarse mucho de China ni desde el punto de vista económico y tecnológico, ni desde el punto de vista militar. Puede obtener mayores beneficios del imperialismo estadounidense y del socialimperialismo soviético, que poseen un gran potencial económico, técnico y militar.

No obstante, China, al igual que todo país que tiene objetivos imperialistas, pugna, y pugnará aún más, por apoderarse de mercados extranjeros; se esfuerza, y se esforzará aún más, por extender su influencia y su dominación. Ahora estos planes ya son evidentes. Está creando sus propios bancos, no sólo en Hong Kong, donde los tiene desde hace tiempo, sino también en Europa y otros lugares. En especial, intentará crear bancos en los países del «tercer mundo» y exportar capitales hacia ellos. En este terreno, hoy por hoy, hace muy poco. La «ayuda» de China consiste en la construcción de alguna fábrica de cemento, de algún ferrocarril o de algún hospital, porque sus posibilidades no dan para más. Sólo cuando las inversiones estadounidenses, japonesas, etc., en China comiencen a dar los frutos deseados por ella, es decir, cuando se desarrollen la economía, el comercio y la técnica militar, China estará capacitada para emprender una verdadera expansión económica y militar en vasta escala. Pero, para lograr esto se necesita tiempo.

Entre tanto maniobrará, como ya ha empezado a hacerlo, con la política de «ayudas» y créditos sin o con un mínimo de intereses, en unos momentos en que los soviéticos y estadounidenses exigen mucho más. Mientras los capitales chinos no estén en condiciones de desbordarse en el extranjero, la dirección revisionista de China centrará su atención en el aspecto propagandístico de las escasas «ayudas» y créditos que concede a los «países en vías de desarrollo», preconizando su «carácter internacionalista», sus «fines desinteresados», acompañando esto con el lema de «apoyarse en las propias fuerzas» para liberar y construir el país.

A medida que China se desarrolle económica y militarmente, intentará cada vez más penetrar en los países pequeños y menos desarrollados y dominarlos a través de sus exportaciones de capitales, y entonces ya no exigirá el 1 ó 2 por ciento de interés por sus créditos, sino que hará lo mismo que los demás.

Sin embargo, todos estos planes y esfuerzos no pueden ser realizados de dos zancadas. Los países imperialistas y capitalistas desarrollados, que tienen su influencia en los países del llamado «tercer mundo», no permiten que China ocupe fácilmente los mercados que ellos hace tiempo han conquistado por medio de las guerras de rapiña. No sólo conservan fuertemente sus viejas posiciones, sino que por todos los medios tratan de ocupar otras nuevas y no permiten que China meta la mano en estos países.

El imperialismo es implacable con cualquiera de sus socios tanto cuando se halla en dificultades, como cuando está en auge. A veces puede hacer de mal agrado y para obtener después mayores beneficios, alguna concesión, pero, sobre todo, procura reforzar sus cadenas, no sólo las que atan a los países débiles, sino también a los desarrollados; como es el caso de los Estados capitalistas industrializados. Los Estados Unidos, por ejemplo, siempre han seguido esta política con sus aliados capitalistas, cuando éstos se han encontrado en momentos difíciles en las guerras imperialistas que han estallado entre ellos. Pero, también después de estas guerras, cuando sus aliados se han esforzado por recuperarse, el imperialismo estadounidense ha empleado todas sus fuerzas para impedir que penetren en los países donde había establecido su dominio. De este modo, después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos, «ayudando» a Inglaterra y Francia que salieron debilitadas de ella, se introdujeron profundamente en el mercado de la libra esterlina, en el del franco, etc. Los monopolios y los cárteles estadounidenses de la metalurgia, la química, los transportes y muchas otras ramas vitales para el desarrollo del capitalismo, penetraron en una proporción abrumadora en los monopolios y en los cárteles de Inglaterra, Francia, etc., colocando estos países bajo la dependencia del imperialismo estadounidense. Este imperialismo feroz e insaciable, como todo imperialismo, no puede actuar de modo diferente con China.


Teniendo en cuenta las dificultades con que choca para penetrar económica y militarmente en los países del «tercer mundo», China piensa poder asegurar su hegemonía en ellos si establece su influencia política e ideológica


Considera que esto será alcanzado ateniéndose a tres orientaciones: no combatir al imperialismo estadounidense y a las camarillas dominantes en los países capitalistas, al contrario, aliarse a este imperialismo y a estas camarillas; combatir al socialimperialismo soviético, que lo tiene en sus mismas fronteras, para debilitar y destruir sus bases en Asia, África y Latinoamérica; embaucar al proletariado y a los pueblos, que tanto padecen, de estos continentes, por medio de la demagogia y de las maniobras pseudorevolucionarias y pseudosocialistas, socavando todo movimiento revolucionario de liberación.

El imperialismo estadounidense y las demás potencias imperialistas, junto con el socialimperialismo, comprenden muy bien estos objetivos de China. También los entienden los países del «tercer mundo», y por eso sospechan y ven que China hace un bluf con ellos, que no tiene como meta el sostenerlos y ayudarlos, sino convertirse en una superpotencia. La mayoría de las direcciones que dominan los países del llamado «tercer mundo» están, desde hace tiempo, íntimamente vinculadas al imperialismo estadounidense o a las potencias capitalistas desarrolladas, como Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica y Japón entre otras. Por eso el flirteo de China con el «tercer mundo» no es motivo de preocupación para los Estados imperialistas y capitalistas desarrollados.

Además, las tentativas de China por introducirse en el «tercer mundo» por medio de su política y su ideología llamada «Pensamiento Mao Zedong», no pueden tener éxito debido a que su ideología y su línea política son un caos. La línea política de China es confusa, es una línea pragmática que vacila y cambia de acuerdo con las coyunturas y los intereses del momento. Las clases dominantes en los Estados del «tercer mundo» no tienen miedo a esta ideología, porque se dan cuenta de que no está por la revolución y la verdadera liberación nacional de los pueblos. La burguesía de dichos países, para oprimir y explotar más fácilmente al pueblo, ha creado sus propios partidos que llevan toda clase de etiquetas. A estos partidos, que están estrechamente ligados con los capitales extranjeros invertidos en los Estados del llamado «tercer mundo», no les resulta difícil combatir y desenmascarar la línea china. Por eso, los dirigentes revisionistas chinos han optado por sonreír a los partidos de estos países, se esfuerzan por todos los medios y aprovechan cualquier ocasión para mostrarse con ellos «dulces como la miel».

China, que proyecta dominar el «tercer mundo», trata de canalizar en su interés, en la medida de lo posible, los movimientos de las masas trabajadoras de este «mundo». Pero actualmente los pueblos oprimidos, con el proletariado a la cabeza, no se hallan en la situación en que se encontraban en las postrimerías del siglo XIX o a comienzos del siglo XX. Se oponen a toda política hegemonista y de sometimiento por parte de las grandes potencias imperialistas, ya sean imperialistas viejos o nuevos, estadounidenses, soviéticos o chinos. Hoy las amplías masas de los pueblos del mundo, en general, han despertado y, a través de sus luchas, de una u otra forma, han llegado a adquirir cierta conciencia de la necesidad de defender sus derechos económicos y políticos. Los pueblos del llamado «tercer mundo» no pueden dejar de ver que China no trabaja para llevar a sus países las ideas de la revolución y la liberación nacional, sino para sofocar la revolución, que impide la penetración de la influencia china. Asimismo, la línea china de alianza con los Estados Unidos y con los demás países neocolonialistas, desenmascara al socialimperialismo chino ante los ojos de los pueblos.

China no puede llevar a cabo una propaganda positiva y revolucionaria en los países del «tercer mundo» por otra razón, y es que chocaría con la oposición de la superpotencia, de cuya inversión de capitales en China y de cuya tecnología avanzada pretende beneficiarse. Tampoco puede llevar a cabo esta propaganda porque la revolución derrocaría precisamente a aquellas camarillas reaccionarias que dominan varios países del llamado «tercer mundo» y que son respaldadas y ayudadas por China para que se mantengan en el poder.


Asentar su estrategia y su política exterior en la instigación de la guerra interimperialista


El gran afán de los dirigentes chinos por hacer lo más rápidamente posible de su país una superpotencia e imponer en todas partes su hegemonía, sobre todo en el llamado «tercer mundo», los ha llevado a asentar su estrategia y su política exterior en la instigación de la guerra interimperialista. Ellos desean vehementemente un choque frontal entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en Europa, donde China desde lejos se calentaría las manos en el fuego atómico que destruiría a sus dos rivales principales y que haría de ella la única y omnipotente dominante del mundo.

Mientras no se sienta enteramente segura de su poderío para competir con las otras superpotencias, mientras no consiga el «lugar merecido» como superpotencia, China procurará la paz para sí y la guerra para los demás. Con la paz que le hace falta actualmente, están relacionadas las no disimuladas maniobras diplomáticas de los revisionistas chinos para incitar la guerra entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, de modo que ellos mismos se mantengan aparte y se dediquen a sus «modernizaciones». No es casual la declaración de Deng Xiaoping de que no habrá guerra en 20 años. Con dicha declaración quiere decir a las superpotencias y a los otros países imperialistas que no tengan miedo a China en el curso de los próximos 20 años. Simultáneamente, los dirigentes chinos incitan una guerra entre las superpotencias en Europa, lejos de China y sin el peligro de verse implicada. En qué medida será posible esto, es otra cosa, pero los dirigentes chinos trabajan en este sentido, debido a que sienten la apremiante necesidad de tener tranquilidad a lo largo de un periodo que consideran indispensable para realizar sus objetivos de hacer de China una superpotencia.

China pregona a bombo y platillo el reforzamiento de la «unidad europea», de la «unidad de los países capitalistas desarrollados de Europa». En todas las cuestiones apoya esta unidad, vendiendo opiniones a los viejos lobos y zorros, «enseñándoles» cómo reforzar su unidad militar y económica, la unidad organizativa del Estado, etc., frente al gran peligro del socialimperialismo soviético. Pero no necesitan las lecciones de China, porque están en condiciones de comprender, y saben muy bien, de dónde procede el peligro para ellos.

Los países desarrollados del Occidente no son tan ingenuos como para seguir y aplicar à la lettre [a la letra - Anotación de E. H.] los consejos y los deseos de los chinos. Se refuerzan para hacer frente a un peligro eventual proveniente de la Unión Soviética, pero al mismo tiempo, hacen todo lo posible por no agravar las relaciones con ella, por no ir demasiado lejos y enojar al «oso ruso». Esto, naturalmente, está en contradicción con los deseos de China.

A los Estados capitalistas de Europa y a los Estados Unidos les conviene que China incite la contradicción entre ellos y los soviéticos, porque indirectamente les sirve para decirles a éstos que «su enemigo principal es China, mientras que nosotros, junto con ustedes, buscamos crear una distensión, una coexistencia pacífica, independientemente de lo que ella dice». Por otro lado, estos Estados, mientras fingen querer la paz, se arman para reforzar su hegemonía y su unidad militar contra la revolución, que es su enemigo principal. En esto reside el objetivo de todas las reuniones, como las de Helsinki y de Belgrado, a las que se da largas y se parecen al Congreso de Viena tras la derrota de Napoleón, que es conocido como el congreso de los bailes y las veladas.

Los dirigentes chinos, según declaró oficialmente Deng Xiaoping en la entrevista concedida al director de la Agence France-Presse –AFP–, llaman a crear «un amplio frente que englobe el «tercer mundo», el segundo mundo y los Estados Unidos» para combatir contra el socialimperialismo soviético.

La estrategia de la dirección revisionista de China de incitar al imperialismo estadounidense, al imperialismo de Europa Occidental, etc., a una guerra contra el socialimperialismo soviético, se expone más al riesgo de una guerra entre ella y la Unión Soviética, que a una guerra entre la Unión Soviética y los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.

Si China instiga a los otros a la guerra, también el imperialismo estadounidense, los países capitalistas desarrollados y todos los países donde el poder es detentado por las camarillas burguesas capitalistas, hacen lo mismo e incitan tanto a China, como a la Unión Soviética a un enfrentamiento entre sí. Por eso es muy probable que la política de los Estados Unidos y la propia estrategia errónea de China induzcan a la Unión Soviética a reforzarse aún más en el plano militar y, como potencia imperialista que es, a atacar antes a China.

China, por su parte, tiene marcadas propensiones a atacar a la Unión Soviética cuando se sienta poderosa, porque tiene grandes ambiciones territoriales sobre Siberia y otros territorios del Lejano Oriente. Hace tiempo que ha presentado estas reivindicaciones, pero pretenderá algo más cuando esté preparada, cuando haya puesto en pie un ejército pertrechado con todo tipo de armas [Mao Zedong y Chou En-lai, en el espíritu chovinista de gran estado, plantearon, en el verano de 1964, la cuestión de revisar las fronteras de la Unión Soviética con China y los demás países. Partiendo de los intereses del comunismo, en septiembre de 1964, el Comité Central del Partido del Trabajo de Albania dirigió una carta camaraderil al Comité Central del Partido Comunista de China - Anotación de E.H.]. Este es el significado de la declaración que hizo Hua Kuo-feng al ex primer ministro conservador inglés Edward Heath, cuando le dijo: «nosotros tenemos la esperanza de ver una Europa unida y poderosa, y creemos que, por su parte, también Europa espera ver una China poderosa». En pocas palabras, Hua Kuo-feng le dice a la gran burguesía europea: Fortalézcanse y ataquen desde el Occidente, mientras que nosotros, los chinos, nos fortaleceremos y atacaremos a la Unión Soviética desde el Oriente.

La política china abrió un amplio y muy beneficioso camino a los Estados Unidos, camino que inauguraron Mao Zedong, Chou En-lai y Richard Nixon. Entre los Estados Unidos y China se tendieron muchos puentes, puentes velados, puentes eficaces y fructuosos. Nixon propugnó la necesidad de «construir un puente tan grande que enlace San Francisco con Beijing». La invitación que Mao Zedong y Chou En-lai cursaron a Nixon, después del escándalo del Watergate, y su recepción por Mao Zedong, no eran inmotivadas ni desintencionadas. Significaban que la amistad con los Estados Unidos, lejos de ser una amistad coyuntural entre personas, es una amistad entre países, entre China y los Estados Unidos, independientemente de que el presidente que abrió este camino fuese destituido de su cargo por sus trapicheos.

Ahora que Jimmy Carter está en el poder, las relaciones de amistad entre China y los Estados Unidos se amplían. A los Estados Unidos les interesa enormemente la actitud actual de China, cuya estrategia es adulada por Carter en múltiples formas.

Los Estados Unidos están interesados en conceder a China una multilateral ayuda política, militar y económica, para empujarla en contra de la Unión Soviética. Han dado a China secretos atómicos. Esto ya está claro. Igualmente le han suministrado los más modernos ordenadores que sirven para la guerra nuclear. China ha recibido datos completos para que ella misma construya submarinos atómicos. En la actualidad en Washington se habla abierta y oficialmente de suministrar armas modernas a China. Todos estos «bienes» que los Estados Unidos ofrecen a China, como es natural, no se los dan para hacer de ella una gran potencia terrestre y naval que ponga en peligro a los propios Estados Unidos, como hizo el Japón en la Segunda Guerra Mundial. No, el imperialismo estadounidense calcula bien todas las llamadas ayudas que ofrece a todo el mundo, y particularmente a China.

De esta manera la ambición de China para transformarse en superpotencia, y sus febriles esfuerzos para contrabalancear a los Estados Unidos y a la Unión Soviética, necesariamente llevarán a nuevas tensiones, a conflagraciones, a guerras, que pueden tener carácter local, pero también el carácter de una guerra general.

Toda la teoría de los «tres mundos», toda su estrategia; las alianzas y los «frentes» que predica y los objetivos que quiere alcanzar, fomentan la guerra imperialista mundial.

Nikita Jruschov y los revisionistas modernos desarrollaron la nefasta teoría de la «coexistencia pacífica» jruschovista, que preconizaba la «paz social», la competencia pacífica», la «vía pacífica» de la revolución, el «mundo sin armas y sin guerras». Esta teoría pretendía debilitar la lucha de clases, velando y allanando las contradicciones fundamentales de nuestra época. Nikita Jruschov de manera particular predicaba la supresión de las contradicciones entre la Unión Soviética y el imperialismo estadounidense, en general las contradicciones entre el sistema socialista y el sistema capitalista. Sostenía el punto de vista de que actualmente, con los cambios que se han operado en el mundo, la contradicción histórica entre el socialismo y el capitalismo sería solucionada entrando en una competencia pacífica, en una competencia en el terreno económico, político, ideológico, cultural, etc.

«Dejemos que el tiempo lo confirme y nos diga quién tiene la razón», decía Jruschov, y que, en esta competencia, los pueblos elijan libremente y «en santa paz» el régimen más adecuado. Nikita Jruschov predicaba a los pueblos la necesidad de entregar sus riquezas a las superpotencias y esperar a que, como resultado de esta famosa competencia pacífica, se les asegurara la libertad, la independencia y el bienestar. Naturalmente, esta política antimarxista fue desenmascarada y nuestro partido fue el primero en abrir fuego contra ella.

Ya en vida de Mao Zedong el Partido Comunista de China ha seguido una política similar a la de Jruschov. También esta política llama a las dos partes, al proletariado y a la burguesía, a los pueblos y a los que les dominan, a cesar la lucha de clases, a unirse sólo contra el socialimperialismo soviético y a olvidarse del imperialismo estadounidense.

La teoría de los «tres mundos» es una teoría reaccionaria, como lo era la de Jruschov sobre la «coexistencia pacífica». Pero, mientras Jruschov y sus secuaces, los portavoces del revisionismo moderno, en apariencia se presentaban como pacifistas, Mao Zedong, Deng Xiaoping, Hua Kuo-feng, etc., se presentan como belicistas declarados. Estos pretenden dar a la coalición imperialista-capitalista, en la cual China se auto incluye, el color de un organismo de guerra revolucionaria, el significado de una lucha por el triunfo del proletariado y por la emancipación de los pueblos. Pero en realidad la «teoría» de Mao Zedong y del Partido Comunista de China sobre los «tres mundos», no llama a la revolución, sino a una guerra imperialista.

La agravación de las contradicciones y de la rivalidad entre las potencias y las agrupaciones imperialistas conlleva el peligro de que estallen los conflictos armados, de que estallen las esclavizadoras guerras de rapiña. Esta es una conocida tesis del marxismo-leninismo, confirmada de manera irrebatible por la historia. Su justeza es demostrada claramente por la evolución de los acontecimientos internacionales en nuestros días.

En numerosas ocasiones el Partido del Trabajo de Albania ha levantado su voz para desenmascarar la ensordecedora propaganda pacifista que las superpotencias difunden, tratando de bajar la vigilancia de los pueblos y de las naciones amantes de la paz, de aturdirles sembrando ilusiones y así cogerles desprevenidos. Más de una vez ha advertido que el imperialismo estadounidense y el socialimperialismo ruso conducen el mundo a una nueva guerra mundial y que el estallido de tal guerra es un peligro real y no imaginario. Este peligro no puede dejar de preocupar continuamente a los pueblos, a las amplias masas trabajadoras, a las fuerzas y los países amantes de la paz, a los marxista-leninistas y a los hombres progresistas del mundo entero, los cuales no deben permanecer pasivos y con los brazos cruzados ante este peligro. Pero, ¿qué es preciso hacer para detener la mano de los belicistas imperialistas?

El camino a seguir no puede ser el de la capitulación y la sumisión ante los belicistas imperialistas, ni el de la atenuación de la lucha contra ellos. Los hechos han demostrado que los compromisos y las concesiones carentes de principios de los revisionistas jruschovistas no hicieron más manso, más cortés ni más pacífico al imperialismo estadounidense, por el contrario, le hicieron más arrogante y aumentaron su voracidad. Los marxista-leninistas no son partidarios de azuzar a un Estado o agrupación imperialista contra otro, ni llaman a desencadenar guerras imperialistas, porque son los pueblos quienes sufren sus consecuencias. El gran Lenin señalaba que nuestra política no tiende a fomentar la guerra, sino a impedir que los imperialistas se unan contra el país socialista:

«Si efectivamente precipitáramos a la guerra a obreros y campesinos sería un crimen. Pero toda nuestra política y propaganda no se orienta en absoluto a precipitar a los pueblos a la guerra, sino a ponerle fin. Y la experiencia ha demostrado por cierto que únicamente la revolución socialista permite terminar con las eternas guerras». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informe en el VIIIº Congreso de los soviets de toda Rusia, 21 de diciembre de 1920)

Por consiguiente, el único camino justo es que la clase obrera, las amplias capas trabajadoras y los pueblos se lancen a la acción revolucionaria para detener la mano de los belicistas imperialistas en sus propios países. Siempre los marxista-leninistas han sido y son los más resueltos adversarios de las guerras injustas.

Lenin ha enseñado a los revolucionarios comunistas que su tarea es destruir los planes belicistas del imperialismo e impedir el estallido de la guerra. Si no logran esto, entonces deben movilizar a la clase obrera, a las masas populares, y convertir la guerra imperialista en guerra revolucionaria y de liberación.

Los imperialistas y los socialimperialistas llevan la guerra de agresión en la sangre. Sus ambiciones de esclavizar a todo el mundo les empujan a la guerra. Pero, aunque los imperialistas son quienes desencadenan la guerra imperialista mundial, el proletariado, los pueblos, los revolucionarios y todos los hombres progresistas son los que la pagan con su sangre. Por esta razón los marxista-leninistas, el proletariado y los pueblos del mundo están en contra de la guerra imperialista mundial y luchan sin descanso para frustrar los planes de los imperialistas, para impedirles que arrojen el mundo a una nueva carnicería.

De esto se desprende que no se debe preconizar la guerra imperialista, como hacen los revisionistas chinos, sino que se ha de luchar contra ella. El deber de los marxista-leninistas es lanzar al proletariado y a los pueblos del mundo a la lucha contra los opresores para quitarles el poder, los privilegios, y para instaurar la dictadura del proletariado. China no hace esto, el Partido Comunista de China no trabaja para conseguirlo. Con sus teorías revisionistas, este partido debilita y aplaza la revolución, escinde a las fuerzas de vanguardia del proletariado, los partidos marxista-leninistas, que están llamados a organizar y dirigir esta revolución.

El camino que recomienda la dirección china es un engaño, una vía que no responde a nuestra doctrina, el marxismo-leninismo. La línea revisionista china, por el contrario, debilita al proletariado y a los pueblos, los abate, hace cernirse sobre ellos el peligro de una guerra sangrienta, la guerra imperialista, la guerra criminal, tan odiada por ellos.

También por esta razón la teoría de Mao Zedong de los «tres mundos» y la actividad política del Partido Comunista de China y del Estado chino, de ningún modo pueden ser consideradas marxista-leninistas y revolucionarias.

Cuando Nikita Jruschov predicaba la competencia económica, ideológica y política entre el socialismo y el imperialismo, los dirigentes chinos supuestamente se oponían a esta tesis y decían que, para lograr la verdadera coexistencia pacífica, era preciso combatir al imperialismo, ya que la «coexistencia» no puede destruirle, no puede llevar al triunfo de la revolución ni a la liberación de los pueblos.

Pero estas declaraciones se quedaron en el papel. En realidad, la dirección del Partido Comunista de China ha sido y continúa siendo partidaria de la coexistencia pacífica de tipo jruschovista. En el documento ya mencionado: «Proposición acerca de la línea general del movimiento comunista internacional» de 1963, se dice: 

«La política de principios es la única política acertada. (...) ¿Qué quiere decir política de principios? Esto significa que, al plantear y elaborar cualquier política, debemos hacerlo desde las posiciones proletarias, partir de los intereses radicales del proletariado y guiarnos por la teoría y las tesis fundamentales del marxismo-leninismo». (Partido Comunista de China; Proposición acerca de la línea general del movimiento comunista internacional, 1963)

Esto ha sido declarado por el Partido Comunista de China, pero, ¿qué ha hecho y qué es lo que hace ahora? Ha hecho y hace todo lo contrario.

En el documento citado y en otras ocasiones, el Partido Comunista de China ha declarado que «es preciso denunciar al imperialismo estadounidense como el mayor enemigo de la revolución, del socialismo y de los pueblos del mundo entero». Y añadía: «no hay que apoyarse ni en el imperialismo estadounidense ni en ningún otro imperialismo, no hay que apoyarse en los reaccionarios». Pero el Partido Comunista de China no ha aplicado estas tesis. El Partido del Trabajo de Albania, que se basa firmemente en los principios fundamentales del marxismo-leninismo, se atiene resueltamente a la lucha contra el imperialismo y el socialimperialismo. Precisamente en esta cuestión la Albania socialista está en oposición a China, y el Partido del Trabajo de Albania está en oposición al Partido Comunista de China. Los dirigentes chinos nos acusan a los albaneses de que no hacemos «un análisis marxista-leninista de la situación internacional y de las contradicciones» y que, por consiguiente, no seguimos la línea china de llamar a la «Europa Unida», al Mercado Común Europeo y a los proletarios del mundo a unirse con los estadounidenses contra los soviéticos. Su conclusión es que, al no apoyar al imperialismo estadounidense, a la «Europa Unida», etc., favorecemos supuestamente al socialimperialismo soviético.

He aquí, por su parte, una actitud no sólo revisionista, disfrazada con un ropaje «antirevisionista», sino también hostil y calumniosa hacia la Albania socialista. El imperialismo estadounidense es agresor, belicista e incitador de guerras. Los Estados Unidos no quieren solamente el statu quo, como pretenden los chinos, sino además la expansión, de lo contrario no cabrían sus contradicciones con la Unión Soviética. La cita de Mao Zedong, evocada por ellos, de que «los Estados Unidos se han convertido en una rata, y todo el mundo grita en la calle: ¡mátenla, mátenla!», pretende demostrar que sólo la Unión Soviética desea la guerra, y no los Estados Unidos. Con su benevolencia hacia los Estados Unidos, invitan a no golpear a este Estado «que se ha convertido en una rata», pero que sin embargo debe transformarse en aliado de China. ¡He aquí la estrategia antimarxista del «marxista» Mao Zedong!

La «estrategia» china, partiendo de un análisis que se basa en la teoría de los «tres mundos», ha determinado «definitivamente» que «la rivalidad entre las dos superpotencias está centrada en Europa». ¡Asombroso! Pero, ¿por qué no lo está en otra zona del mundo, donde la Unión Soviética pretende expandirse, como en Asia, en África, en Australia o en Latinoamérica, sino precisamente en Europa?

Los «teóricos» chinos no explican esto. Su «argumentación» es la siguiente: el rival principal de los Estados Unidos es la Unión Soviética. Estas dos superpotencias, una de las cuales quiere el statu quo y la otra la expansión, desatarán la guerra en Europa, como ocurrió en los tiempos de Hitler. También éste ambicionaba expandirse, dominar el mundo, pero, para lograrlo, primero debía someter a Francia, Inglaterra y a la Unión Soviética. Por esta razón Adolf Hitler comenzó la guerra en Europa y no en otros lugares. Y más adelante los revisionistas chinos razonan que Iósif Stalin se apoyó en Inglaterra y en los Estados Unidos; entonces, concluyen los chinos, ¿por qué no deberíamos apoyamos también nosotros en los Estados Unidos? Pero, como anteriormente explicábamos, olvidan que la Unión Soviética se alió a Inglaterra y a los Estados Unidos después de que Alemania atacara a la Unión Soviética y no antes.

Cuando la Alemania de Guillermo II atacó a Francia e Inglaterra en 1914, los cabecillas de la II Internacional predicaron la «defensa de la patria burguesa». Tanto los socialistas alemanes como los socialistas franceses cayeron en estas posiciones. Es sabido cómo Lenin condenó todo esto y lo que dijo contra las guerras imperialistas. Ahora también los revisionistas chinos, al preconizar la unión de los pueblos europeos con el imperialismo en nombre de la defensa de la independencia nacional, actúan igual que los partidarios de la II Internacional. En oposición a las tesis de Lenin, instigan la futura guerra nuclear que las dos superpotencias pretenden desatar y hacen llamamientos «patrióticos» a los pueblos de Europa Occidental y al proletariado de la misma a dejar de lado las «pequeñas» cosas que tienen con la burguesía –la opresión, el hambre, los asesinatos, el paro forzoso–, a no atentar contra su poder y a unirse con la Organización del Tratado del Atlántico Norte –OTAN–, con la «Europa Unida», con el Mercado Común de la gran burguesía y de los consorcios europeos y a luchar únicamente contra la Unión Soviética, a ser soldados disciplinados de la burguesía. Ni la II Internacional lo hubiera hecho mejor.

Y la dirección china ¿qué aconseja hacer a los pueblos de la Unión Soviética y de los otros países revisionistas miembros del Tratado de Varsovia, del Consejo de Ayuda Económica Mutua –CAME–? ¡Nada! Prefiere guardar silencio y olvidarse completamente de ellos. De vez en cuando incita a las camarillas revisionistas que dominan estos países a separarse de la Unión Soviética y unirse con EEUU. De hecho a estos pueblos les dice; ¡callaos, someteos y convertíos en carne de cañón de la sanguinaria camarilla del Kremlin! Esta línea de la dirección revisionista de China es antiproletaria, belicista.

Todo esto demuestra que los dirigentes chinos confunden intencionadamente las situaciones internacionales. Estas situaciones las ven conforme a sus intereses para hacer de China una superpotencia y no conforme al interés de la revolución, las ven según el interés de su Estado imperialista y no según el interés de la liberación de los pueblos, las consideran desde la óptica del estrangulamiento de la revolución en su propio país y de las revoluciones en los otros países, y no desde la óptica de la organización y la intensificación de la lucha del proletariado y de los pueblos contra las dos superpotencias, así como contra los opresores burgueses capitalistas de los otros países, las ven a través del prisma de fomentar la guerra imperialista mundial y no de oponerse a ella.

El camino seguido por China para convertirse en una superpotencia acarreará graves consecuencias, en primer lugar para la propia China y para el pueblo chino.

El análisis marxista-leninista de su política lleva a la conclusión de que la dirección china está metiendo el país en un callejón sin salida. Sirviendo al imperialismo estadounidense y al capitalismo mundial, piensa obtener, a su vez, ciertos beneficios, pero estos beneficios son dudosos y le costarán caro a China. Traerán aparejada la catástrofe del país y tendrán, naturalmente, sensibles repercusiones en otros países.


La política de China para convertirse en superpotencia, política inspirada en una ideología antimarxista, está siendo desenmascarada y será desenmascarada aún más a los ojos de todos los pueblos, sobre todo de los pueblos del llamado «tercer mundo»


Los pueblos del mundo comprenden los designios políticos de cualquier Estado, socialista, revisionista, capitalista o imperialista. Observan y comprenden que China, aunque se hace pasar por integrante del «tercer mundo», no tiene las mismas aspiraciones y los mismos objetivos de los pueblos de este «mundo». Observan que sigue una política socialimperialista. Por eso es comprensible que esta política sea impopular. Una política que ayuda a la opresión social y nacional, es inadmisible para los pueblos. Es una política que sólo conviene a las camarillas reaccionarias, únicamente a los que dominan y oprimen a los pueblos.

China apoya y abastece con armas a Somalia, la cual, empujada por los Estados Unidos, lucha contra Etiopía. Mientras, Etiopía es ayudada por la Unión Soviética para anexionarse Somalia. Lo mismo pasa con Eritrea. Así, China se pone de un lado, la Unión Soviética del otro. Si China es vista con buenos ojos en Somalia, lo es sólo por los que están en el poder, pero no por el pueblo de este país que está siendo masacrado. Tampoco es vista con buenos ojos por la dirección de Etiopía, que es apoyada por los soviéticos, ni por el pueblo etíope, que es incitado en contra de los somalíes, los cuales, supuestamente, intentan invadir Etiopía. De esta manera China no tiene ninguna influencia ni en Etiopía ni en Somalia.

Tampoco es bien vista en Argelia. Esta última apoya al «Frente Polisario», mientras que China favorece a Mauritania y Marruecos, es decir, se pone del lado del imperialismo estadounidense.

Con su política exterior, China sigue un curso supuestamente en pro de los pueblos árabes. Pero esta política consiste sólo en conseguir que los pueblos árabes se unan contra el socialimperialismo soviético. Se sobreentiende, pues, que China sostiene a este fin todo acercamiento de los árabes, en primer lugar; con los Estados Unidos.

En lo tocante a Israel, la dirección china se pronuncia con frecuencia contra él. Pero, de hecho, su estrategia es pro Israel. Esto ha sido y es notado por los pueblos árabes y, en particular, por el palestino.

Podemos decir que, en los países de Asia, China no tiene ninguna influencia visible y estable.

China no tiene una amistad sincera y estrecha con los países vecinos, y no hablemos de los que están más lejos. La política de China no es ni puede ser correcta porque no es marxista-leninista. Sobre la base de tal política no puede tener una amistad sincera con Vietnam, Corea, Camboya, Laos, Tailandia, etc. China finge desear la amistad con estos países, pero, en realidad, entre éstos y aquélla existen desacuerdos por cuestiones políticas, territoriales y económicas.

Con la política que sigue, China ha caído en abierto conflicto con Vietnam. Entre estos dos países están ocurriendo graves incidentes fronterizos. Los socialimperialistas chinos han intervenido brutalmente en los asuntos internos de Vietnam; en función de sus fines expansionistas atizan el conflicto entre Camboya y Vietnam, etc. Cuando la dirección china se comporta de esta manera con Vietnam, con un país que hasta ayer consideraba hermano e íntimo amigo, ¿qué pueden pensar los países de Asia acerca de la política china? ¿Acaso pueden fiarse de ella?

Hablar de la influencia de China en los países de Latinoamérica, sería perder el tiempo. En esta región no tiene influencia, ni política, ni ideológica, ni económica. Toda la influencia china se reduce a la amistad con un tal Pinochet, que es un rabioso fascista y asesino. Esta actitud de China ha indignado no sólo a los pueblos de América Latina, sino también a la opinión mundial. Ellos ven que la dirección china está en pro de los gobernantes opresores, en pro de los dictadores y los generales que ejercen su dominio sobre los pueblos, ven que está en pro del imperialismo estadounidense que ha clavado sus garras en la garganta de los pueblos de este continente. Así pues, podemos afirmar que la influencia de China en los países de Latinoamérica es insignificante, carece de fuerza, de contenido.

La política de los dirigentes chinos, lejos de gozar de la simpatía y el apoyo de los pueblos, hará que China se aísle cada vez más de los países progresistas, del proletariado mundial. No puede haber un pueblo, no pueden encontrarse un proletariado y unos revolucionarios que apoyen la política china, cuando ven que en la tribuna de Tian'anmen, como ocurrió el día de la fiesta nacional, el 1 de octubre de 1977, al lado de los dirigentes chinos están presentes los ex generales nazis alemanes; los ex generales y almirantes militaristas japoneses, los generales fascistas portugueses, etc., etc.

En su camino para transformarse en una superpotencia, China no puede avanzar sin intensificar la explotación de las amplias masas trabajadoras de su propio país. Los Estados Unidos y los demás Estados capitalistas tratarán de asegurar superganancias de los capitales que invertirán allá, también ejercerán presión para conseguir cambios rápidos y radicales en la base y la superestructura de la sociedad china en el sentido capitalista. La intensificación de la explotación de las masas de muchos millones de seres para mantener a la burguesía china y su gigantesco aparato burocrático y para poder pagar los créditos e intereses de los capitalistas extranjeros, conducirá inevitablemente a la aparición de profundas contradicciones entre el proletariado y el campesinado chinos, de una parte, y los gobernantes burgués-revisionistas, de la otra. Esto opondrá a estos últimos a las masas trabajadoras de su país, cosa que no puede dejar de producir agudos conflictos y explosiones revolucionarias en China». (Enver HoxhaEl imperialismo y la revolución, 1978)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»