miércoles, 19 de agosto de 2015

Unas reflexiones sobre factores internos y externos que hicieron posible la degeneración del PSUC y su captura por los carrillistas en la posguerra

El periódico «Lluita» anunciado la ejecución por el franquismo en 1949 de Puig Pidemunt –director del órgano del PSUC, «Treball»–, Numen Mestres –responsable de las JSU–, Ángel Carrero –responsable político del movimiento guerrillero en Cataluña– y Pere Valverde –responsable militar– 

«Entendemos que a estas alturas todo marxista-leninista sabe lo que supuso para el PSUC que Joan Comorera polemizara contra los carrillistas del PSUC en 1949. Los resultados pueden ser condensados en:

1) La injusta expulsión de Comorera del PSUC y el posterior vergonzoso y criminal vilipendio público acusándolo de agente del franquismo-titoismo-imperialismo, mientras Comorera consumía precisamente sus últimos días en las cárceles franquistas;

2) Decapitar al PSUC de su mejor líder, pudiendo así, promocionar a los carrillistas y rehabilitar a los expulsados por Comorera y el partido años antes, consolidando con ello poco a poco la conversión del PSUC en una sucursal catalana del PCE lo que fue oficializado en 1954; asegurándose con ello que el PSUC fuera un mero seguidor-validador de la teoría política revisionista de la «reconciliación nacional» defendida por el binomio Carrillo-Ibárruri, una teoría que es un crimen histórico contra la lucha de clases y especialmente un insulto para todos los combatientes tanto españoles como no españoles que lucharon en la Guerra Civil contra el fascismo español y extranjero.

Una vez expulsado del PSUC, Joan Comorera pese a todas las dificultades intentó reorganizar al PSUC en el interior de Cataluña en los 50 con la ayuda de Miquel Valdés, José Marlès, Amadeu Bernardó, Emili Garnier y Barrera, Pablo Cereza, Joaquim Pou, Tomás Molinero, Evarist Massip, y otras de las caras conocidas del PSUC que apoyaron sus posiciones, en sus números de «Treball» (Comorerista) dejaría patente su fidelidad al marxismo-leninismo pese incluso a que gran parte del mundo marxista-leninista de entonces le diera la espalda en detrimento de la camarilla de Carrillo-Ibárruri en el PCE y sus peones en el PSUC. Pero en tan poco tiempo, y en tan duras condiciones, no fue posible la consolidación de los restos comoreristas del PSUC reagrupados por Comorera en el interior desde 1949 hasta su muerte en 1958, quedando la clase obrera y las masas populares catalanas huérfanas de su partido.

Ahora, pese a que el movimiento comunista marxista-leninista sufriera tales reveses con la usurpación del partido por la pandilla de revisionistas, lo cierto es que la época gloriosa durante la cual Comorera comanda el PSUC es una que está llena de lecciones y de dedicación, tanto del PCE como del PSUC, a la causa de la clase obrera y su recompensa se vio en la influencia entre las masas populares. Época dorada que ningún periodo posterior de estos mismos partidos, bajo las mismas siglas pero bajo mando revisionista, pudo emular, y que reafirma la justa línea política de los marxista-leninistas de esta época:

«La resuelta actitud del partido comunista frente al ataque fascista, el audaz ejemplo que dio colocándose al frente de las masas para impedir que el fascismo pasara, el ejemplo de sus militantes, el 60 por ciento de los cuales fueron enviados a los diversos frentes de lucha, aumentaron en gran medida la autoridad y el prestigio del partido entre las masas del pueblo. Un partido crece, gana autoridad y se convierte en dirigente de las masas cuando cuenta con una línea clara y se lanza audazmente a la lucha por llevarla a la práctica. El Partido Comunista de España se convirtió en un partido tal en el curso de la guerra civil. Desde la insurrección fascista en julio de 1936 hasta finales de ese mismo año, el partido comunista triplicó el número de sus miembros. Y, aunque en aquellos días la gente se integraba en el partido para ofrendar su vida, y no para dar su voto en las elecciones, jamás ni nadie, ni el llamado partido comunista de Santiago Carrillo, ni los otros partidos revisionistas, que han abierto sus puertas a todo aquel que quiera ingresar en ellos, laico o religioso, obrero o burgués, podrá hablar de un crecimiento de la autoridad e influencia como las que adquirió el digno Partido Comunista de España durante el período de la guerra civil». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

Enver Hoxha, destacado marxista-leninista, internacionalista, siempre amistoso y simpatizante con el pueblo español y su heroica lucha, explicaría a los lectores que no se explicaban la degeneración del Partido Comunista de España, las grandes pérdidas del partido durante la guerra y el derrotismo que se imprimiría desde entonces, las duras condiciones para operar dentro de la España franquista, la dificultad de organizarse también desde el exilio muchas veces también en condiciones forzadas de absoluta clandestinidad; en resumen, de como a raíz de la pérdida de la guerra civil española los elementos como Carrillo-Ibárruri se aprovecharon para imponer su dominio revisionista en tal panorama difícil y confuso:

«La Guerra de España tocó a su fin a comienzos del año 1939, cuando la dominación de Franco se extendió a todo el territorio nacional. En aquella guerra el Partido Comunista de España no escatimó esfuerzos ni energías para derrotar al fascismo. Y si el fascismo venció, fue debido, aparte de los diversos factores internos, en primer lugar a la intervención del fascismo italiano y alemán y a la política capitulacionista de «no intervención» de las potencias occidentales con respecto a los agresores fascistas. Muchos militantes del Partido Comunista de España inmolaron sus vidas durante la guerra civil. Otros fueron víctimas del terror franquista. Otros miles y miles fueron arrojados a las cárceles donde permanecieron por largos años o murieron en ellas. Después del triunfo de los fascistas, en España reinó el más feroz terror. Los demócratas españoles, que lograron escapar de los campos de concentración y de los arrestos, tomaron parte en la resistencia francesa donde combatieron heroicamente, mientras que los demócratas españoles que se fueron a la Unión Soviética se integraron en las filas del ejército rojo y muchos de ellos dieron su vida combatiendo al fascismo. Pese a las condiciones sumamente graves, los comunistas continuaron su lucha guerrillera y la organización de la resistencia también en España. La mayor parte cayeron en manos de la policía franquista y fueron condenados a muerte. Franco golpeó duramente la vanguardia revolucionaria de la clase obrera y de las masas populares de España y esto tuvo consecuencias negativas para el partido comunista. Al haber desaparecido en la lucha armada y bajo los golpes del terror fascista los elementos más sanos, más preparados ideológicamente, más resueltos y valientes, del Partido Comunista de España, cobró supremacía y ejerció su influencia negativa y destructora el elemento cobarde pequeño burgués e intelectual como son Santiago Carrillo y compañía. Estos fueron transformando gradualmente al Partido Comunista de España en un partido oportunista y revisionista». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

Esta última cita indirectamente explicaba también el «Caso Comorera»; es decir como los carrillistas catalanes y españoles tuvieron ante sí unas condiciones objetivas favorables para poder eliminar a Joan Comorera del PSUC. El PSUC sufriría de igual forma que el PCE en este periodo convulso duras pruebas no ya para desarrollar el partido, sino para evitar su liquidación tanto en el interior de Cataluña como en el exilio: gran pérdida de los militantes durante la guerra civil; el factor desmoralizador de la pérdida de la guerra; la represión del gobierno francés al cruzar la frontera en 1939 que incluía el desarme del los combatientes y su reclusión en campos de concentración; la presión del surgimiento de nuevas corrientes revisionistas en el seno del movimiento comunista como el browderismo en 1943-1944; el resurgimiento de la demagogia nacionalista burguesa y pequeño burguesa en los centros neurálgicos de exiliados catalanes como México o Francia; la ilegalización y represión contra todo lo comunista tras el Pacto Ribbentrop-Mólotov en Francia en 1939 y el posterior régimen filohitleriano de Vichy en Francia entre 1940-1944; la presión anticomunista y antisoviética del cenetismo-faísmo, el prietismo socialdemócrata, o el trotskismo; la fallida incursión antifascista de los 4.000 combatientes antifascistas en el Valle de Arán en 1944; la caída de militantes del PSUC como «la caída de los 80» en 1947; la desviación nacionalista-derechista del titoismo en 1948.

Si a estas condiciones extremas, que el PSUC con Joan Comorera a la cabeza sorteó eficazmente de 1939 a 1949, le sumamos el gran factor de presión como era el caso de que el PCE hacia finales de los 40 estaba liderado por sujetos revisionistas, como Santiago Carrillo, que deseaban hacer del PSUC la sección catalana del PCE para así poder controlar su línea política; encontramos pues un cúmulo de circunstancias y momento en que no se podía postergar la polémica entre los marxista-leninistas del PSUC como Joan Comorera y los líderes revisionistas del PCE como Santiago Carrillo que pretendían absorber el partido e igualar la línea del PSUC a su línea». (Introducción de Bitácora (M-L) a la obra de Joan Comorera: «Declaración de Joan Comorera, Secretario General del Partido Socialista Unificado de Cataluña» de 1949, 5 de septiembre de 2015)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

No solamente el PSUC, sino el PCE sufriría una pérdida de militantes que a la postre, sería uno de los factores fundamentales para que los revisionistas se hicieran cargo de la dirección.

El PCE solo comenzó a despertar de sus defectos, como el aislacionismo de las masas o la mala comprensión de la cuestión nacional, con la línea trazada por el IVº Congreso de marzo de 1932, donde Bullejos, Vega, Trilla y Adame mantendrían brevemente sus cargos tras un fuerte descrédito ante la Internacional Comunista, teniendo que adaptarse a un cambio en la teoría y sobre todo en la práctica, condiciones exigidas tanto de parte de la Internacional Comunista como de la mayoría de la militancia, que no confiaba en sus líderes. En una reunión el 5 de agosto de 1932, el Politburó del PCE decidió expulsar a Bullejos, Vega, Trilla y Adame por negarse reiteradamente a aplicar las nuevas directivas del congreso. Poco a poco emergería un nuevo liderazgo, decimos nuevo, no porque apareciesen de la nada, sino porque eran partidarios de la nueva línea –en algunos casos haciendo autocrítica de sus antiguas posiciones como Manuel Hurtado o, momentáneamente, la propia Dolores Ibárruri–. Se formó pues un claro nuevo núcleo de dirigentes entre los que destacamos por su adhesión bolchevique hasta el final a: Pedro Checa –fallecido en el exilio mexicano en 1942–, Trifón Medrano Elurba –fallecido durante la guerra en 1937–, Cristóbal Valenzuela Ortega –fusilado por los franquistas en 1939–, Hilario Arlandis –fusilado por los franquistas en 1939–, Saturnino Barneto Atienza –fallecido en el exilio soviético en 1940–, Daniel Ortega Martínez –fusilado por los franquistas en 1941–, José Silva Martínez –fallecido en el exilio venezolano en 1949– y sobre todo José Díaz –fallecido en el exilio soviético en 1942–. A esto se le podría sumar la caída de otros valiosos cuadros de mayor o menor altura como Isidoro Diéguez Dueñas –fusilado por el franquismo en 1942 o Puig Pidemunt –fusilado por el franquismo en 1949–. Con esta verdadera sangría de militantes sufrida entre 1932-1942, se puede observar que el PCE sufrió un total descabezamiento de sus piezas claves, lo que brindó una buena oportunidad para que los oportunistas como Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo, Francisco Antón, Enrique Líster, Antonio Mije, y más tarde también los Fernando Claudín, Jorge Semprún o Ignacio Gallego se afianzasen cada vez más en las altas esferas del PCE.

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