lunes, 25 de abril de 2016

Keynesianismo y las teorías económicas del fascismo: la defensa de la propiedad privada contra el marxismo; Rafael Martínez, 2015


«Las obras de Keynes cubrieron la literatura económica de la Alemania Nazi, independientemente de la actitud personal de Keynes hacia las formas políticas que el nacional-socialismo [nazismo] adoptó en su momento, que entendemos que él no apoyó. De hecho, no hay que confundir la forma política con la estructura económica que sustenta esta última. La crítica burguesa del nacional-socialismo y sus diferentes formas políticas ignoran en gran medida el pensamiento económico que vincula el capital monopolista, los grandes terratenientes y la militarización de la economía. En general, en la crítica burguesa sobre el fascismo se pasa por alto la relación respecto a la propiedad privada y la socialización. Esto demuestra que el argumento expuesto por muchos historiadores y economistas respecto a Keynes y su «éxito no deseado» en la Alemania Nazi. Se puede argumentar además, que la mayor parte de la crítica burguesa del fascismo es ajena al hecho de que éste último es un defensor de la propiedad privada y desea promover la reforma sobre la base del modo de reproducción capitalista. Al abogar por la necesidad de la propiedad privada, el fascismo rechaza totalmente al marxismo. Si ello se realiza bajo el disfraz del antisemitismo o en la forma de un lenguaje académico burgués no cambia fundamentalmente la esencia de dicha crítica económica. Tanto el keynesianismo como el fascismo sugieren que la forma del sistema capitalista sobre la base de la santidad del carácter privado de la propiedad de los medios de producción a través de mecanismos contemplados por el intervencionismo de Estado [20]. La simpatía generada en la Alemania Nazi por las obras de Keynes se basa en la lógica interior que sustentan sus postulados y cómo encaja en el papel histórico que el fascismo tiene la intención de jugar. En este sentido, no es casual que el prominente fascista británico y entusiasta de Mussolini, James Barnes, se refiriese positivamente sobre Keynes [21]:

«El fascismo está totalmente de acuerdo con el Sr. Maynard Keynes, a pesar de la posición prominente de este último como liberal. De hecho, una excelente librito de Keynes: «El fin del Liberalismo de 1926, podría, en lo que cabe, servir como una útil introducción a la economía fascista. Apenas hay nada que objetar a él y hay muchos aspectos positivos». (James Barnes; Aspectos universales del fascismo, 1929)

Muchos en Occidente han disputado las similitudes de la Teoría General de Keynes con el pensamiento económico nazi. Los defensores del keynesianismo han sostenido y continúan argumentando que tales alegaciones en relación con la simpatía de Keynes, son sin embargo pragmáticas y neutrales, que están basadas en una mala lectura de su famoso prefacio a la edición alemana de su obra Teoría General de 1936:

«Debo confesar que gran parte del contenido de este libro está ilustrado y expuesto principalmente en referencia a las condiciones existentes en los países anglo-sajones. No obstante, la teoría del producto en su totalidad que este libro tratará de ofrecer es, por mucho, más fácilmente adaptable a las condiciones de un Estado totalitario que la teoría de producción y distribución de un producto dado bajo las condiciones de libre competencia y en buena medida de laissez faire». (John Maynard Keynes; Teoría General del empleo, el interés y el dinero; Prefacio a la edición alemana, 1936)

Los historiadores y economistas en el campo keynesiano han sostenido de manera sistemática sobre la base de la especulación y, en ocasiones, la conjetura, en cuanto a lo que Keynes pudo o quiso haber dicho. Las alegaciones del keynesianismo, y por lo general, las teorías que promueven la intervención estatal bajo el capitalismo, no pueden estar basadas en un par de párrafos. Sería falso y poco profundo fabricar una crítica de Keynes basándonos en esta sola aserción. Ya fueran estas palabras una desafortunada selección de palabras o lo fueran de forma intencionada, no es algo esencial para la crítica marxista de las tesis económicas de Keynes. Estos párrafos no son suficientes para llegar a las conclusiones antes expuestas, aunque no estamos de acuerdo con los defensores del keynesianismo; dichas palabras de Keynes no fueron desafortunadas ni insustanciales. Muy por el contrario, este párrafo es coherente con la esencia de la Teoría General y su relación con el capital monopolista. Como se señalo anteriormente, el fascismo, como una forma de reformismo, tiene fuertes similitudes con el reformista en general. Con esto nos referimos a la relación del reformismo al capitalismo monopolista, en lugar de centrarse en las formas intrínsecas a la superestructura política del capitalismo. Lo que es de interés para el marxismo en Keynes es su defensa del capital monopolista y el uso del Estado como mero subsidiario. El socialismo plantea la nacionalización del capital monopolista bajo los auspicios del Estado, como una necesidad económica e histórica. Por el contrario, el reformismo se opone tenazmente a cualquier forma de expropiación o nacionalización a largo plazo en favor de las masas trabajadoras [22].

Keynes fue claro acerca de la esencia de su Teoría General con respecto a las ideas socialistas, por lo que las alegaciones formuladas por algunos economistas neoliberales son están manifiestamente fuera de lugar. El párrafo siguiente es un excelente resumen de las opiniones de Keynes sobre el papel del Estado, y lo que queda del concepto de socialización en su teoría económica:

«En algunos otros respectos la teoría precedente es moderadamente conservadora en sus implicaciones. Puesto que, aunque señala la vital importancia de que se establezcan ciertos controles centrales en asuntos que ahora se dejan fundamentalmente a la iniciativa individual, hay amplios ámbitos de actividad a los que no les afecta. El Estado tendrá que ejercer una influencia que guíe la propensión a consumir, en parte a través de sus planes impositivos, en parte fijando el tipo de interés, y en parte, puede que de otras formas. Además, parece poco probable que la influencia de la política bancaria en el tipo de interés sea suficiente por sí propia para determinar una tasa óptima de inversión. Por lo tanto, entiendo que una hasta cierto punto completa socialización de la inversión sea el único medio de asegurar algo aproximando al pleno empleo; aunque no tenga que excluir todo tipo de compromisos y mecanismos por los cuales la autoridad pública coopere con la iniciativa privada. Pero, más allá de esto, no se aboga sin reservas por un sistema de Socialismo de Estado que incluya la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No es la propiedad de los instrumentos de producción lo que es importante que asuma el Estado. Si el Estado es capaz de determinar la cantidad agregada de los recursos dedicados a que aumenten los instrumentos y la tasa básica de remuneración de quienes los poseen, habrá logrado todo cuanto es preciso. Además, las necesarias medidas de socialización pueden introducirse gradualmente y sin romper las tradiciones generales de la sociedad». (John Maynard Keynes; Teoría General del empleo, el interés y el dinero, 1936)

Este párrafo es particularmente valioso para ilustrar los principios fundamentales de las teorías económicas del reformismo y de su conexión objetiva de las teorías económicas del fascismo. Keynes siempre fue explícito sobre su defensa del capitalismo y la santidad de la propiedad privada. Dicho esto, es muy importante hacer hincapié en las sutilezas detrás de las nociones de socialización y el control del Estado en el sistema keynesiano y cómo éstas se relacionan bien con la visión fascista. Keynes considera la «socialización de la inversión». Con ello Keynes se refería a la prerrogativa del Estado para intervenir en el mercado con el fin de cerrar la brecha entre la demanda y la producción. En este sentido, «estatización» y «socialización» se confunden. El Estado que proporciona esta inversión no está en las manos de los explotados; muy por el contrario, sirve a los intereses de la acumulación capitalista. Por lo tanto, uno tiene que tener mucho cuidado con la noción de socialización. Este último está íntimamente relacionado con la noción de dominio a favor de la sociedad en su conjunto, como base para la producción socialista. La concepción de socialización de Keynes es muy diferente de la del marxismo. Esto se hace explícito cuando Keynes no tiene en cuenta la propiedad de los medios de producción como una prerrogativa necesaria del Estado. Estos últimos según él deben estar en las manos de los capitalistas, no en propiedad de la sociedad a través del Estado. En esto radica la diferencia fundamental entre la noción de socialización en el reformismo y el marxismo y con ella la noción de plan económico. [23] La noción de socialización Keynes parece bastante similar a la defendida por la corriente principal ideología nazi. Alfred Rosenberg, ideólogo del régimen nazi, escribió en su célebre obra: «El Mito del Siglo 20» [24]:

«Al igual que el nacionalismo del siglo XIX había sido emponzoñado por fuerzas liberal-marxistas, también así le sucedió al socialismo. Hemos determinado ya precedentemente como socialista una medida realizada por el Estado para la protección de su totalidad del pueblo ante toda explotación, y además una medida estatal para la protección del individuo ante la avidez privada. Por lo que importa también aquí es no solamente una acción formal en sí, sino que una acción se hace socialista sólo con referencia a su resultado. Por eso es posible que acción socialista, no involucre en absoluto, como igualmente ya ha sido consignado, una estatización formal, ella puede, por el contrario, hasta significar una personificación». (Alfred Rosenberg; El mito del siglo XX, 1930)

Algunos neoliberales condenan a Keynes como un partidario del nazismo y otros tantos lo condenan como un defensor de las ideas socialistas. Por alguna razón los pensadores neoliberales ponen al nazismo y al socialismo en un solo campo, sin darse cuenta de que mientras el primero no pone en peligro las relaciones económicas que el capitalismo monopolista, el segundo las liquida. Es probablemente demasiado pedir a los economistas vulgares examinar la naturaleza de relaciones económicas, en particular, aquellas pertenecientes a la propiedad, clarificando el juicio con respeto al papel del Estado en la economía.

De hecho es un mito que el partido nazi redujera con su práctica económica la resistencia económica de los industriales alemanes como muchos en Occidente se han empeñado en afirmar. En su llegada al poder, el gobierno nazi reprivatizó [25] sistemáticamente muchos activos que habían sido nacionalizados por el anterior gobierno a la luz de la recesión económica de 1928-1933. Estas privatizaciones reforzaron la posición del capital en gran medida que, dicho sea de paso, fue esencial para catapultar a Hitler al poder. El nazismo, como una forma de reformismo, junto con el keynesianismo y las ideas reformistas de la regulación estatal del capitalismo, comparten la opinión de que el Estado no tiene que poseer los medios de producción con el fin de cumplir su misión. Uno siempre puede volver a la defensa de que Keynes no parece abogar abiertamente la ideología fascista, y que él era un defensor de las ideas liberales burguesas clásicas de la democracia burguesa. Algunos argumentan que el objetivo del nazismo fue la militarización de la economía, mientras que Keynes era un defensor de la mejora de la demanda en tiempos de paz para impulsar la producción. Sin embargo, si aceptáramos esto, estaríamos tomando el problema de una forma superficial y no estaríamos afrontando las cuestiones fundamentales de la economía política que relacionan el papel del Estado en la teoría económica del reformismo en general, y del keynesianismo en particular. Lo cierto es que tanto el keynesianismo como el nazismo conciben el Estado como un medio para preservar el papel principal del capital monopolista respecto a la clase obrera y las masas trabajadoras. También se puede volver al argumento y especular con que el keynesianismo es una versión más artificiosa del reformismo en comparación con el nazismo, en la que el primero se aferra a la ilusión de que las crisis económicas y las recesiones se pueden evitar mediante la intervención del Estado, y que el último sin embargo es brutal y megalómano, mostrando una visión más explícita y más abierta respecto a lo que concierne el objetivo último en el desarrollo del capital monopolista: un militarismo que conduce a la guerra y la esclavitud de pueblos enteros con la intención de servir a las necesidades de la extensión del capital monopolista. El keynesianismo y el reformismo moderno, ya que se niegan a socavar la base económica del capital monopolista, inevitablemente se convierten en instrumentos fundamentales para facilitar la tendencia hacia el militarismo y la intervención extranjera. Es un hecho que el imperialismo occidental de hoy está constantemente ocupado en varias formas de agresión, incluida la intervención militar abierta. Se puede ver como los imperialismos occidentales se dedican a la destrucción sistemática, siempre que sea posible, de la capacidad de las naciones enteras para controlar su propia riqueza, ya sea por la explotación de sus propios recursos como el petróleo o para evitar que con el tiempo se hubieran convertido en una especie de competidor en el mercado mundial. En última instancia, con el apoyo y la intervención directa en los conflictos locales, una ola de conflictos armados ha barrido países enteros. Con estos, la infraestructura es destruida sin posibilidad de reparación, los de vida se quedan arruinados y un gran número fallecen. Con ello países enteros son obligados a retroceder no décadas, sino siglos. Las tácticas parecen haber evolucionado: mientras que en la primera mitad del siglo XX los conflictos armados masivos condujeron a la eliminación física de millones de las masas trabajadoras europeas, lo que redujo drásticamente el desempleo, parece ahora que la generación de conflictos armados en el extranjero es la opción preferida. El fomento de los conflictos armados en el extranjero efectivamente destruye la capacidad de las naciones dependientes de competir, dejando que las grandes corporaciones adquieran nuevos mercados sin trabas. El problema del exceso de mano de obra o de una población con ingresos insuficientes se resuelve, en parte, por medio de conflictos armados. El militarismo y los conflictos armados se convierten en una tendencia natural, que es una expresión directa del hecho de que el reformismo es incapaz de resolver las contradicciones antagónicas inherentes al capitalismo. Como se ha dicho muchas veces sin rodeos, la socialización marxista o la barbarie.

El reformismo moderno no parece estar dispuesto o es incapaz de ver, la conexión entre la inevitabilidad del militarismo y los conflictos armados, con la evolución de las contradicciones antagónicas que sustentan al capital monopolista. Tomemos de ejemplo al senador del Estado de  Vermont Bernie Sanders. Actualmente, Sanders es sin duda el más progresista de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Dicho esto, ¿su progresismo es una realidad? Sanders, después de Krugman, Stiglitz y otros, no escatimó comentarios mordaces hacia Wall Street, hacia el gran capital responsable del hecho de que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, y el papel cada vez menor de la clase media en el ingreso nacional. Dicho esto, Sanders siempre ha evitado abordar el principio por el cual los Estados Unidos se encuentran en una posición de constante patrocinio de la guerra o participación directa en ella. Sanders apoyó la invasión de Afganistán y puede haber estado en desacuerdo con la Administración con respecto a la presencia continuada de las tropas estadounidenses, pero no sobre la base de una posición de principios contra la guerra, sino sobre la base de que dichas tropas allí le sale demasiado caro al país. En este sentido Sanders no suena tan diferente de Barack Obama durante su primera campaña presidencial. El resto es historia». (Rafael Martínez El reformismo de Podemos y el renacimiento del keynesianismo, 2015)

Anotaciones de Rafael Martínez:

[20] Un buen artículo de los estudiosos burgueses sobre el tema de la relación entre el régimen nazi y el gran capital se puede encontrar en la obra de C. Buchheim y Schemer: «El papel de la propiedad privada en la economía nazi: El caso de la industria», en el The journal of Economic History Vol. 66, No. 2 (2006). Allí uno puede leer:

«Una cuestión importante tratada en este artículo es por eso que el Estado nazi, a diferencia de la Unión Soviética a la que a veces se compara, se abstuvo de una estatización generalizada de la industria. En vista de la violencia desplegada por el régimen por el contrario se puede dar por sentado que la razón no era ningún respeto a la propiedad privada como un derecho fundamental humano y civil». (C. Buchheim y Schemer; El papel de la propiedad privada en la economía nazi: El caso de la industria, 2006)

[21]  Keynes escribe en su folleto: «El fin del laissez-faire» de 1926: 

«Estas reflexiones se han dirigido hacia las mejoras posibles en la técnica del capitalismo moderno por medio de la agencia de la acción colectiva. No hay nada en ellas seriamente incompatible con lo que me parece es la característica esencial del capitalismo, es decir, la dependencia de un intenso atractivo por hacer dinero y por los instintos de amor al dinero de los individuos como principal estímulo de la máquina económica». (John Maynard Keynes; El fin del laissez-faire, 1926)

[22] La nacionalización de los activos privados no es desconocida durante las crisis económicas. La gran depresión en los Estados Unidos es un ejemplo emblemático de cómo el Estado se hace cargo de algunas industrias y bancos, para finalmente volver a vender los activos de nuevo a manos privadas. En los últimos tiempos el Estado capitalista prefiere rescatar, en lugar de nacionalizar.

[23] La Alemania Nazi estableció planes económicos de cuatro años. Muchos economistas burgueses y los historiadores han utilizado este hecho para establecer analogías entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Pero la naturaleza económica, la estructura y la composición orgánica de estos planes son radicalmente diferentes.

[24] Es interesante ver que la llamada «izquierda» del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, fue una tendencia más idealista del nacional-socialismo [nazismo], el cual implementó en su día una retórica anticapitalista. Es bien sabido que Hitler luchó enérgicamente contra esta tendencia en la década de 1920, como lo había hecho a los intereses del gran capital en mente. Otto Strasser, que llegó a ser perseguidos por las autoridades nazis, escribió: 

«Nuestro segundo paso consistió en elaborar un programa económico, político y cultural. En el ámbito económico se opone al marxismo y el capitalismo. Preveíamos un nuevo equilibrio sobre una base del feudalismo de Estado. El Estado iba a ser el único propietario de la tierra, que se podría alquilar a los ciudadanos privados. Todos eran de ser libre de hacer lo que le gustase, pero nadie podía vender o subarrendar la propiedad estatal. De esta manera lo que esperábamos para combatir la nación proletaria y para restaurar un sentido de libertad para nuestros conciudadanos. Ningún hombre es libre sino es económicamente independiente». (Otto Strasser; Hitler y yo, 1940) 

Hay poca necesidad de abordar este concepto de «feudalismo de Estado», ya que se ve privado de cualquier justificación científica. Lo que es relevante aquí es que la llamada «izquierda» en el movimiento nacional-socialista es también un enemigo acérrimo de la socialización marxista. La burguesía y la propaganda reformista han hecho y continúa haciendo intentos de establecer analogías entre las variaciones de la ideología del nacional-socialismo y el marxismo. Esto carece de fundamento y es calumnioso dicho sutilmente. De hecho todo lo contrario con respecto a la alegación de la burguesía, la naturaleza pro-empresarial del nacional-socialismo se aplica.

[25] Para una revisión de la reprivatización alemana implementada por el gobierno nazi puede verse en la obra de Germa Bel: «Contra la corriente principal: la privatización nazi en la década de 1930 Alemania» publicada en The Economic History Review, en 2009.

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